El cabás de las palabras

Algunos ya no lo recuerdan y muchos no lo conocieron. El cabás era aquel minúsculo maletín de madera o de latón para llevar a la escuela las cuatro cosas de cada día. Es un nombre que por el francés nos vino del latín capax, de donde nos vino directamente capacho. Cosas de la vida de las palabras. Porque de palabras y de vida quería yo hablar hoy un poco.

Y en primer lugar dolerme de buenas palabras perdidas como si hubieran sufrido naufragio, o estuvieran olvidadas en un desván o arrinconadas en un trastero, abandonados sin más en la calle de atrás. Y pienso en misericordia, en generosidad o en donación como si pensara en encerado o en manivela. Habría que llevarlas todos los días en el cabás a la escuela de la vida. Y así, con cuidado y buena selección, habría que ir creando un Banco de Palabras Especiales con préstamos fáciles y generosos: la primera ampliación de capital podría hacerse con gratuidad, sacrificio, honestidad, amor diario, sacrificio sin cambio, acompañar sin retorno, conciencia crítica, equidad a prueba de todo, dios amigo, fidelidad interminable, etc., etc? Los mejores libros, ya que está aún reciente el día 23, las acariciaron siempre y se les nota

Y es que cuando se abandonan determinadas palabras y se las deja fuera del vocabulario, en el mismo acto, tirando al niño con la bañera, se desprecian los valores que ellas representan. Las palabras son de los objetos menos inofensivos que conozco, con ellas no se juega.

Y por el contrario de vez en cuando una posible Academia de Humanidad de la Lengua debiera publicar instrucciones para ir abandonando a su suerte palabras muertas o mortales; dejarlas al doblar una esquina, o cuando se llega a una cima, o al tomar por fin la salida buena en la rotonda. Y enterrar muchas palabras desde alambrada a raza, desde látigo a explotación o desde yo-y-yo hasta avaricia, desde burla o blasfemia hasta insulto o soborno o censura. Eso sí, sólo con la condición de que desaparezca lo que señalan. En caso contrario hay que pronunciarlas proféticamente todos los días hasta que lleguen a horrorizarnos.

Hablando de palabras, hay palabras y palabras. Y bastante gente no las distingue. Palabras llenas de respeto que a su vez lo demandan; palabras sagradas para muchos que reclaman cuidado y hasta reverencia para los otros; palabras llenas de humanidad que requieren ser pronunciadas por todos con ella. Con la seguridad de que se vuelve impúdico y miserable el que las usa sin pudor ni misericordia. Y lo que me hiere filológicamente (confieso que también a otros niveles) es que todavía hay no poca gente que apenas puede construir una frase sin ese mísero diccionario de vileza. Y en esta discapacidad gramatical nuestro país se coloca en los primeros puestos del ancho mundo.

Y ante el Día del Libro, recién celebrado el 23, ya lo recordaba antes, me parece de obligación grave decir, que el que lee poco, piensa menos y pierde capacidad para hablar como homo sapiens corriente. Quizás me aventuro demasiado en la apuesta, pero tú dime qué lees y cómo hablas y yo te diré qué/quién eres de verdad más allá de lo que diga tu DNI o tu currículo o tu tarjeta de presentación.

Y busca un cabás cuanto antes? y un buen libro.