Ley contra la Violencia de Género

Me ha pasado ya varias veces: tengo tendencia a ver fuera lo que llevo dentro, o lo que me preocupa; si estoy alegre veo la primavera florida, si estoy triste percibo que, en esta primavera preciosa, no llueve. Algo parecido ocurre con las cuestiones ideológicas, que según la idea que se haya hecho uno del mundo, así ve en él unos matices de la realidad u otros. En este sentido, me pasa como con el virus de la varicela, que te deja en paz durante décadas y de pronto reaparece trasmutado en culebrón u otras cosas peores. Me explico: uno es hijo del mayo del 68, versión revolución universitaria pontificia del 69, y aunque se ha reciclado convenientemente y los contactos con los grupos parisinos de ultraizquierda, residuales del movimiento estudiantil, son una anécdota perdida en las zahúrdas de mi historia personal, algo queda de aquel virus, una cierta mosca que produce acufenos tras mi oreja y que provoca una hipersensibilidad hacia lo políticamente correcto; puede que este virus de la corrección política se haya visto potenciado por la idea caballeresca de defensa de los débiles, emparentada de cerca con la actitud psicológica de la empatía y la evangélica de cercanía a los pobres.

Por ir entrando en harina: todo lo anterior me lleva, por ejemplo, a sentir un rechazo visceral hacia la ahora llamada violencia de género, antes violencia doméstica, a solidarizarme con las mujeres maltratadas y a aconsejar en algunos casos concretos que hagan la pertinente denuncia. Pero este brote de hipersensibilidad a lo políticamente correcto últimamente me está haciendo ver en mi entorno varios casos de violencia de algunas mujeres contra el hombre que tienen más cerca, sea esposo, novio, padre, abuelo o, simplemente, vecino. Hay mujeres inteligentes, sin escrúpulos, con capacidad de manipulación emocional y conocedoras de los resquicios de la ley, que se emplean a fondo contra el varón con ánimo de obtener beneficios personales. Juega a su favor que las instancias policiales y judiciales tienen miedo de ser tachadas de machistas y no se atreven a investigar los hechos a fondo para comprobar si algunas denuncias son verdaderas o falsas. Y la Justicia española, por lo general más lenta que el caballo del malo, es ultrarrápida en los juicios rápidos por violencia de género.

Ninguna ley es perfecta. Esta es manifiestamente perfectible, porque no aplica al varón la presunción de inocencia sino la de culpabilidad, lo cual no parece muy legal ni conforme a Derecho. Tal vez la causa esté en la excesiva carga ideológica de la Ley ?la ideología de género- que, como toda ideología, es una visión parcial de la realidad si se absolutiza. No se debe combatir una injusticia provocando otra. Hay experiencia suficiente en los Juzgados como para exigir al legislador una reforma de esta Ley que permita seguir defendiendo eficazmente a las mujeres maltratadas, sin provocar injusticias colaterales.

P. S.: Este artículo no se refiere al caso del parlamentario europeo y ex ministro D. Juan Fernando López Aguilar. No pertenece a mi entorno, no conozco de primera mano su caso, él fue el impulsor de esta mala ley.