¡Agua va!

Soy consciente de que en tiempo de elecciones hay temas que levantan más suspicacia que otros. Ya adelanto que no me mueve ningún interés partidista y que, simplemente, trato de exponer mi opinión sobre algo que está de actualidad. Me estoy refiriendo a las crecientes inundaciones en la cuenca del rio Ebro.

Ahora que las aguas vuelven a su cauce ? nunca mejor dicho-, lo primero que se me ocurre decir es que inundaciones ha habido siempre porque la naturaleza ha dotado a los ríos de lo que podíamos llamar un canal fluvial para que discurra el caudal normal, y unas riberas con vegas y llanuras para encauzar las avenidas extraordinarias. No es extraño que el hombre haya tratado de aprovechar en beneficio propio las tierras más fértiles que bordean el cauce del río, con el consiguiente riesgo de verlas inundadas. Ya los egipcios usaban ese método para aprovechar las crecidas del padre Nilo y explotar al máximo las fértiles llanuras próximas al cauce.

De hecho, todos los ríos ven aumentar y disminuir su caudal en función de la estación meteorológica. El hombre ya tiene estudiados esos ciclos y se arriesga a ocupar el espacio del río, después de haber comprobado su comportamiento regular. El problema surge cuando se dan, fundamentalmente, dos condicionantes: o una crecida anormalmente excesiva, o una ocupación demasiado arriesgada como consecuencia de la escasa diferencia entre el nivel normal de las aguas y el de la zona que resulta inundada. Cuando la naturaleza se sale de madre desgraciadamente son abundantes las catástrofes producidas en las vaguadas que en su día fueron cauces fluviales. El constante aumento de la población obliga a ocupar terrenos que, aunque remotamente, entrañan peligros. Por eso es conveniente tomar las precauciones previas teniendo en cuenta las hipótesis más peligrosas.

La controversia con las inundaciones se establece, paradójicamente, como consecuencia de querer contrastar estas situaciones con las de aquellas zonas que tradicionalmente padecen escasez de agua. Los diferentes intentos de solucionar el problema por medio de Planes Hidrológicos han servido, casi exclusivamente, para que los políticos, intentando dar satisfacción a las comunidades afectadas por los trasvases, hayan calentado los ánimos de tal forma que las respectivas posiciones se han enquistado, haciendo imposible el simple acto de sentarse a dialogar, incluso a personas del mismo partido político. Para un mismo tema aparecen los oportunos informes técnicos que, según quién los encarga, dictaminan conclusiones diametralmente opuestas.

Decía al principio que este es un tema muy delicado porque, a la solicitud de agua por parte de todo el Levante español, hay que añadir la secular reclamación de Aragón y Cataluña, que ven pasar el agua tan cerca de campos sedientos y tampoco obtienen respuestas definitivas. Desde luego, ni soy ingeniero ni tengo conocimientos como para tratar de apuntar una solución a este problema. Lo que sí digo es que el día que haya alguien capaz de diseñar un plan para recoger el exceso de agua de las riadas, en aquel punto del río que menos perjudique a todos, y trasvasarla a un embalse ? o conjunto de ellos- para luego ser utilizada donde sea necesaria, estaría dejando sin argumentos a quienes se declaran propietarios del río, contribuiría a paliar los efectos de las avenidas y merecería que entre todos le hiciéramos un monumento.

Francisco López Celador