La justicia

Ni siquiera en el fétido posibilismo en el que hoy chapotean los restos de lo que ayer no más fueron principios irrenunciables, es posible evitar el escalofrío y la desazón al leer la desalmada frase de Juan Manuel Santos, presidente de Colombia: "La justicia no puede ser obstáculo para alcanzar la paz". La frase, que resume el contenido de la larga explicación del mandatario americano acerca de las actuales negociaciones entre las FARC y el gobierno colombiano, significa el último desprecio, tal vez el definitivo, a cualquier resto de racionalidad, de inteligencia y de entendimiento de lo que es no sólo la realidad política colombiana sino, estricta y universalmente, la realidad.

Ni la más ansiada paz, ni los roles justicieros que interpretan quienes aquí o allá mandan en cada momento, ni leyes, constituciones, acuerdos o negociaciones, por mucho que conciten consensos o unanimidades en cualquier parte, respecto a cualquier asunto o en cualesquiera circunstancias o momentos, pueden justificar, ni siquiera temporalmente, la negación de la justicia. Tal vez intoxicados por las papillas verbales de su incongruencia y desorientados por los pedestales de su soberbia, autoungidos por esa mediocridad mental que ha convertido el ejercicio del poder en una suerte de omnipotencia justiciera y manga ancha moral, los gobernantes se permiten manosear conceptos filosóficos que están muy por encima de ellos porque forman parte de la identidad humana, constituyen la historia del hombre y de su naturaleza. La justicia no es un texto escrito ni una convención, sino uno de los pilares en que se sustenta cualquier tipo de convivencia, el Estado, la Democracia y el Derecho . El concepto de justicia, que podemos escribir con o sin mayúscula, ponerle apellidos o pintarla amordazada o ciega, no puede ser utilizado a la medida de las necesidades puntuales de nadie, como no pueden serlo los valores que la conforman: equidad, imparcialidad, neutralidad, rectitud, objetividad... El concepto de justicia no es el resultado de sentencias ni autos, ni es la palabra que la grita ni la mano que la escribe, sino que significa para el hombre libre, para el ser humano, nada menos que la esperanza: en la honradez de sus semejantes, en el respeto, en la probidad de sus actos, en la razón, en la dignidad y en la ecuanimidad. Sin esa esperanza, sea cual sea la 'justicia transicional' que quiera aplicarse ?concepto ahora inventado para arrinconarla-, la justicia se convierte en su contrario, la arbitrariedad, lo que derrumba instantáneamente las bases de la convivencia.

Quizá los argumentos que se manejan hoy en la mesa cubana en que se persigue la paz en Colombia sean los más razonables desde un punto de vista político, y hay ejemplos de procesos similares (Irlanda) en que los acuerdos, las cesiones y los repartos hicieron posible el restablecimiento de la paz y evitaron sangrías, venganzas y sufrimiento. Quizás. Pero nadie, nunca, en ninguna parte, se atrevió a romper sus espejos, a negar la justicia.