Salvémonos

Hay determinado programa diario, en determinada cadena, (¡ay mis pies de plomo!), cuyo nombre mejor es no pronunciar, si no queremos que se nos llame de todo menos hermosos.

Se le califica de vergüenza nacional, de incultura en grado superlativo, telebasurísima, desnudez y exposición de lo más recóndito de la intimidad, griterío de mercado...

Yo, que no veo casi nada la tele, intento asociar todos estos calificativos a algo concreto para averiguar de qué se trata. Y rápidamente se me vienen a la cabeza las prédicas de los políticos en pre-elecciones, los debates, los enfrentamientos de unos y otros, los tenderetes de ropa sucia que salen a diario, las intimidades más agrias de los llamados representantes de las voluntades del pueblo.

Porque en mi modesta opinión, éso sí que da vergüenza. Bien está que se denuncie la corrupción, bien y obligado. Pero que se metan con que uno se ha puesto pelo, que otro tiene una querida, que la concejala se masturba, que el otro escupe al hablar (y ésto es de lo más fino que dicen). Insultos en la calle, desde hijo de puta hasta más allá. ¿Para qué extenderme?

Prefiero este tipo de espectáculos en las tertulias de colaboradores de programas del corazón, que voluntariamente se exponen a ello. Prefiero que se cuenten ahí las vergüenzas de la princesa del pueblo, a que se cuenten las del rey emérito, (que nos guste o no, nos ha representado a todos), en las noticias y en esos otros programas que ve el ilustre mundo de los televidentes cultos.

¿Qué diferencia hay entre unos descabales y otros?

Para mí, dos muy importantes: Que los cotilleos de los famosos no afectan nuestras vidas, los de los políticos sí. Y que los famosos no nos hacen promesas que no cumplen, ni se llevan nuestros dineros a Suiza y a otros lares.

Así que, llámenme inculta, pero también #YoVeoSalvame.