Mundos para lelos

Y pongamos estos mismos mundos donde nos movemos (con perdón). No hace falta ir mucho más allá.

Somos lo que somos. Que diría aquel que filosofó después de echar un eructo y mover el palillo de su boca. Somos casi iguales todos aunque pensemos lo que nos dé la gana a cada uno (o lo que nos hayan dicho que pensemos o nos dejen). Decimos que hemos evolucionado pero seguimos igual de lelos. Igual de brutos para pensar o igual de memos para dejar que piensen por nosotros. Nos matan o matamos por dos ideas o por dos duros (que tanto me da). Y así, desde cuarenta mil años para acá. Y lo gordo es que ya no nos comemos unos a otros (que antes sí, dicho sea de paso). Entonces era cuestión de supervivencia y apagar el molesto ruido de tripas. No sé si eso era al menos una justificación.

Ahora hay que darle salida a las armas que fabricamos. Y a los odios que almacenamos. Y no sabemos bien si luchamos por un ideal, por una tierra, o por dos mendrugos y un filete de vaca, de cerdo o de cordero. Y si nos defendemos para que no nos maten o para que no nos cambien. Y los dioses mientras tanto miran a otro lado y dejan hacer (como deben hacer los buenos dioses). Y como en las peleas multitudinarias no sabemos muy bien quién empezó ni por qué. Pero esto sí que se lió y bien liado otra vez. Solemos hacerlo (lo de liarla parda) cada cierto tiempo para no variar. Ya tenemos cierta costumbre. Y todo para acabar en lo de siempre. El dichoso polvo al que todos, todos, volvemos otra vez ineludiblemente (que me lo dice un buen amigo científico que de esto sabe). Pero, a lo mejor, el asunto principal de todo va a ser cosa del alma dichosa, el espíritu ese que dicen que tenemos dentro cada uno o qué sé yo. Que va a ser eso, galán.