En Defensa de nuestros valores democrático

Hace unos días todos los demócratas del mundo hemos asistido con horror al brutal atentado padecido por un periódico satírico francés Charlie Hebdo.

En nombre de una interpretación rigorista de la religión musulmana unos fanáticos nacidos en Francia, cuna de las libertades y del pensamiento Ilustrado, han perpretado doce asesinatos. Ese horrendo crimen se suma a las ejecuciones llevadas a cabo en Irak y Siria, a los atentados de Madrid del 11 M y a los de las Torres Gemelas de Nueva York, a las barbaridades de los talibanes en Afganistán.

Ante este creciente desafío de los grupos islamistas radicales necesitamos reflexionar no desde el espíritu de venganza y odio a los musulmanes, sino desde la defensa de nuestros valores fundamentales: la tolerancia, los derechos humanos y las libertades individuales y colectivas. La idea del choque de civilizaciones entre Occidente y el Islam defendida por el sociólogo Huntintong en los años 90 solo puede conducir al deterioro de nuestros valores democráticos y a la pérdida de nuestros principios y libertades. Comprendo el estupor y la ira de muchos ciudadanos ante acciones aparentemente irracionales, pero la solución no consiste en animar a un conflicto global de tipo religioso contra los musulmanes, sino defender aún con más vigor nuestros propios principios de libertades y democracia. Sabemos muy bien que tras los atentados de Nueva York las autoridades estadounidenses empezaron a limitar muchas de las libertades de sus ciudadanos en aras de la seguridad nacional y dieron comienzo a acciones no muy legales de espionaje en todo el mundo. Desde Europa, orígen del pensamiento racionalista y de los derechos humanos no debemos caer en esa trampa que a medio plazo acabaría también con nuestras libertades. Lo cual, no quiere decir que asistamos inermes al ataque contra nuestros valores fundamentales por grupos fundamentalistas que quieren imponernos por la violencia sus propuestas.

Tolerancia significa respeto al otro, a la diversidad cultural, racial o religiosa, pero eso no significa que abdiquemos de la enérgica defensa de nuestro modelo democrático. Uno de los grandes errores cometidos en los últimos tiempos, en aras de la convivencia, ha sido aceptar que las personas y grupos que vienen a vivir a Europa mantengan, en aras de una supuesta Interculturalidad, costumbres que repugnan y se contradicen con nuestros valores, la ablación, el burka o el niqab, la opresión de la mujer por parte de los hombres nunca es admisible. Si alguien quiere vivir entre nosotros debe cumplir con las normas fundamentales de nuestro sistema de valores y no sirve el argumento de que hay que permitir como costumbres culturales que las niñas no vayan a la escuela o que tengan que ir cubiertas con un manto de invisibilidad. Hay que lanzar un mensaje claro y rotundo dirigido a todos aquellos que desean subvertir nuestros principios democráticos de que no se va a tolerar, ni a consentir nada que ponga en peligro nuestros valores. Y que, en consecuencia, el peso de nuestras leyes recaerá sobre cualquiera que las viole, sean musulmanes, cristianos o judíos, inmigrantes o nativos.