Adiós, Maestro

Te recuerdo, yo de niño y mis pantalones cortos en aquella vieja redacción de la Gaceta Regional, cuando me metía por el oscuro corralón frente al Caño Mamarón de la plaza de la Fuente, luego un patio pequeño y unas ventanas bajas en verano siempre abiertas por las que me colaba a los talleres; allí mis ídolos, un grupo de periodistas de una hornada irrepetible, Paco Bravo, Salcedo, Dardo, Sena, Don Lance, Trilla? Y los cajistas con sus letras de plomo, las linotipias, las planchas de cartón, más tarde el moderno teletipo y un periodismo distinto, entrañable, artesanal. Y entre ellos, tú, Paco Casanova, que nos dejas con la llegada de un nuevo año.

Tuve tres maestros en esto de escribir, por eso me gusta ser escribidor. El uno, Martín Borreguero, mi padre, que me enseñó a juntar las primeras letras, en familia, alrededor de una vieja mesa camilla; el segundo, Enrique de Sena, el periodista salmantino por antonomasia, del que heredé el vicio de recorrer las calles, que me enseñó a amar Salamanca y me la descubrió en cada paso. Y el tercero, Paco Casanova, cuyo magisterio me ha durado hasta hace muy poco tiempo, con breves y continuadas charlas en cualquier esquina de esta ciudad, muchas veces a diario, sin motivo alguno y siempre descubriéndome lugares, hechos y dichos, protestando por lo que no le gustaba, corrigiéndome escritos. Escuchándote, maestro, y aprendiendo.

Te quedarás conmigo, Paco, como se quedaron Dardo y Enrique, porque quiero seguir aprendiendo. Imagino una redacción como aquella, donde quiera que sea, tal vez en los cielos; y todos juntos volviendo al viejo periodismo, a las letras de plomo, las planchas de cartón y el teletipo. Déjame aquí la pluma, que quiero encadenar frases como las tuyas, bellas crónicas de otro tiempo, MAESTRO.