La Plaza

A nadie se le oculta o no pretendo ocultar mi enamoramiento por la Plaza Mayor, la más hermosa de todas las plazas; ni un día sin verte, ni un día sin caminarte, sin pararme en una esquina y contemplarte. De ahí mi curiosidad por darle un vistazo rápido al Reglamento de Uso de la Plaza que el Ayuntamiento elaboró hace un par de años y que cobra actualidad ahora, cuando dan sus últimos pasos los papeles y los organismos implicados pretenden aprobarlo. Y entonces me viene al caletre, me gustan los dichos y refranes, una frase que escuchaba de niño o leí en algún libro: no hay mal que cien años dure. Y también, ¡albricias!

En este documento, uno más y van?, se pretende poner orden en el uso, y en numerosas ocasiones abuso, de nuestra joya más famosa, cuando para ello, para el uso, digo, únicamente se necesitan dos dedos de frente, el sentido común y un estudio serio sobre lo que se puede o no realizar en la Plaza Mayor. Leyéndolo despacio se reflejan en él, me refiero al documento, entre otras cosas una serie de sanciones para aquel que castigue, dañe el mobiliario, arroje basura, pinte, emborrone, tienda la ropa en sus balcones? ¿Meriende y beba?

Ahora bien, me pregunto, si poner una camiseta y el pantalón a secar en la balconada le supone al interfecto una multa de setecientos cincuenta euros, a cuánto debería ascender su importe por tener en permanente exposición unos cochambrosos toldos tras los arcos del Pabellón Real. ¿Y a quién?, nueva pregunta, si el dueño pasa del asunto -si es que tienen dueño los colgajos- y si el Ayuntamiento quiero retirarlos pero la Comisión de Patrimonio no le envía el pertinente permiso. Con la iglesia hemos topado, querido Sancho, dice el libro de los libros; a mejor decir, con la administración tropezamos, "que el asunto es complicado y requiere tiempo".

Me repito de nuevo -eres un pesado- pero me seguiré repitiendo hasta que dejen de hacerle daño a nuestra Plaza.