Despropósitos

La otra noche escuchaba a un tertuliano radiofónico decir que él había sido testigo durante la intervención de un ilustrado e importante personaje que cometía faltas de ortografía hasta hablando por la radio. Y yo también, pensé. Es lo malo de hacer y participar en programas tan inmediatos (o en directo), de tan precaria y rápida producción, que carecen de corrector. Dejan al pobre mete pata en cueros. Y lo malo es que casi nadie parece reparar en el fallo en su momento y el antedicho se queda tan ufano. Pero eso conlleva también el peligro de dejar en mal lugar al ilustre preguntado. Yo también lo he visto y oído.

Conocí las épocas de los censores (líbrenos el cielo) y de los correctores de estilo en los diarios (mismo en los de esta ciudad). Y entonces las noticias salían impecablemente redactadas e inmaculadas ortográficamente. Ahora se mete la pata con cierta frecuencia en la prensa escrita y hasta los programas de radio y televisión contienen aberraciones del lenguaje. Es lo malo de la prisa y la supresión de ciertos puestos de trabajo. Pero el que se retrata en este asunto puede quedar marcado si se le presta la debida atención. Lo malo es la dejadez y benevolencia de cada oyente o lector que pasa obviando el asunto. El conformismo general.

Aunque, ahora, con las redes sociales tan a punto siempre y el afán de colgar en internet cualquier intervención, existe el peligro de hacer eterno y bien evidente el problema puntual. Y por tanto agrandar el eco de una simple falta de ortografía o léxica. Les diría (pero no lo voy a hacer, la prudencia me lo dicta) sobre dónde y cómo encontrar la intervención pública y televisiva (y por tanto hablada) de un ilustre salmantino, e integrante del sector oficial de la cultura, cómo le da tres o cuatro patadas pero que bien sonoras y evidentes a la gramática de la RAE. Y tan pancho se quedó el hombre, encantado de haberse conocido.