Nietos y abuelos

Pocas experiencias humanas hay tan igualables a la relación entre nietos y abuelos. Tuve la suerte de vivir la mía con Pablo, mi abuelo materno, uno de los seres decisivos en mi vida. Mi abuelo no solo me enseñó el mundo, sino que me lo pronunció. Todo me lo enseñaba, todo me lo explicaba. Fue mi primera escuela. De sus labios, me llegó la iniciación poética, a través de aquellas hermosas oraciones que rezábamos al acostarnos, que narraban historias maravillosas, y que no eran otra cosa que romances antiguos españoles de tipo religioso.

Fue mi abuelo Pablo mi iniciador en la poesía, noche tras noche, oración tras oración, verso tras verso. En el romance de la Virgen y el ciego ("Camina la Virgen pura, / camina para Belén; / a la mitad del camino, / el Niño tenía sed..."), aparecía una palabra cuyo sonido me resultaba fascinante, la palabra "naranjel", cuyo sentido no podía alcanzar un niño de la Sierra de Francia en plena precariedad de la postguerra. Pero el hechizo de su sonido y de sus sílabas ?¡naranjel!? era como una salvación en aquel tiempo de silencio.

Hace unos días, de madrugada, escuchaba en la radio un suceso con final feliz. Un nieto, en la localidad salmantina de La Alameda de Gardón, en tierras de Ciudad Rodrigo y en las cercanías de Portugal, había salvado la vida de su abuelo, pues, mientras dormían, se había declarado un fuego en la casa y el pequeño, despertándose sobresaltado, fue donde su abuelo estaba y lo arrancó del sueño en el que estaba, para sacarlo al territorio de la vida.

Y el suceso me trajo instantáneamente a la memoria mi vida con mi abuelo, una de las experiencias absolutamente decisivas de mi vida. Y me llevó al deseo de que todos los niños ?como seguramente le ocurrirá al de La Alameda de Gardón? puedan tener esa experiencia vital tan decisiva.