La plaza Mayor vale igual para "un roto que para un descosido"

Cuando era chico, pues yo llegué a ser pequeño alguna vez. Mi padre me trajo de Salamanca un caballo enganchado a un carro con ruedas móviles. Yo iba con el carro a todos los sitios: detrás de mi madre, cuando salía de casa con el capacho a la compra; cuando jugaba en la calle y llenaba la caja con pequeñas paladas de tierra y cantos, que yo amontonaba en una esquina de las Cuatro Esquinas; cuando?El caballo y el carro eran mis compañeros día y noche. Cuando comía lo aparcaba sobre mis rodillas, y, de noche, lo metía en la cama bajo las mantas, y compartíamos calor en el sueño. Y, hasta, en los sueños, jugaba con el caballo y el carro, porque éramos como una misma cosa. El caballo y el carro era yo: mi persona, mi propiedad, mi regalo único incompartible con nada ni con nadie. Era mío y sólo mío. Si alguien me lo tocaba, me entraba el berrinche, y gritaba y llamaba a mi madre protectora; y, si algún persona mayor, me lo escondía o intentaba quitármelo para hacerme rabiar, ponía los labios en puchero y me caían unos lagrimones de impotencia, que mezclados con los mocos, no te quiero contar la recia que se armaba.

Pues igual que me pasó a mí con mi fiebre posesiva, le sucede al político, que, cuando el pueblo le entrega el bastón de mando, le rebrota el penterre infantil de propiedad y se lo apropia como algo personal. Sólo suyo, y no tiene por qué compartirlo con alguien. Ahora, le peta jugar a montar un espectáculo musical tronador de esos, que hacen vibrar los cristales y estremecer las piedras, pues lo dispone; mañana, se levanta con el otro aquél de colocar una plaza panelada inscrita en la monumental, pues ahí está: y pasado mañana, le da por convertirla en un museo de vehículos viejos, pues lo hace?, pues, para algo el bastón es su regalo personal e intransferible. Es el juego de sus caprichos.

Y con esta política lo que conseguimos es "desnudar a un santo para vestir a otro". No soslayemos que Salamanca es una ciudad que vive, principalmente, de su arte monumental y de su Universidad. Miles de turistas vienen a la capital atraídos por la singularidad y belleza de su plaza Mayor, y se encuentra, con estos artefactos, que les privan de admirar y de disfrutar la integridad de este conjunto maravilloso. Y no lo soportan menos los propios salmantinos. Si se pretende seguir utilizando la plaza como recinto multiusos, no estaría mal que, en los catálogos turísticos de nuestra ciudad, se fijase un calendario con los días hábiles, en que se pueda visitar, con garantías, nuestra ágora dorada. Y, ahondando un poco más en la solvencia de la plaza, el día 23 de enero de 1974, fue declarada Monumento Histórico ? Artístico de carácter nacional, y este título cultural, al menos, exige un poco más de respeto.

Y me atrevo a hacer una propuesta no descabellada: Dentro de unas fechas, se van a celebrar elecciones municipales, nuestro compromiso puede estar en votar a aquel partido que se comprometa, firmemente, a respetar nuestra plaza tal cual es, y que también prometa compartir el regalo del bastón con todos los ciudadanos, que es lo mismo que cumplir las tres reglas básicas de la democracia: "escuchar, dialogar y consensuar.