Diríase que en ese interminable oleaje de corrupción, que aumenta cada día con el conocimiento de nuevos nombres, nuevos organismos, diferentes formas de robo y apropiación, ciertos lugares, personas y hechos estuviesen exentos de culpabilidad y hasta de denuncia, como sucede en las pequeñas ciudades en las que el mero asomo de algún caso de "irregularidades" de sus próceres o expróceres, curritos pelotas, caciquillos de medio pelo o trepas de toda la vida, salvo las habituales manías persecutorias periodísticas que son más bien cómicas, es despachado rápida y discretamente para desaparecer a los dos días. Ha sucedido con algún alto cargo empresarial de amplia trayectoria salmantina, imputado y acusado de gravísimas irregularidades, cuyo caso parece hoy día no existir en los cauces y medios ¿informativos? locales. Sucede con la marcha de la investigación y las acusaciones contra antiguos regidores, gerentes, consejeros o directores de entidades bancarias, que si han merecido una pequeña esquina en página par, como mucho, eso ya ha servido para darles esquinazo, o, directamente han desaparecido bajo el tráfago de la torería, la continuada celebración meapilas de la provincia o, sin ir más lejos, porque les da la gana, o no tienen otra, quienes antes llamábamos periodistas.
El último destape de podredumbre (y es probable que cuando estas líneas se publiquen ya no sea el último) ha sido esa vergüenza ?una más- de los consejeros y directivos de Bankia, utilizando el dinero público ?la entidad fue rescatada con los impuestos de todos y esa deuda la seguirán pagando nuestros nietos- o dilapidando los beneficios del negocio, que deberían haber sido destinados a obras de tipo social, en comilonas familiares, megaviajes de ocio, juergas, gastos suntuarios personales, caprichos, vomitivos dispendios y paseos personales de todo tipo, mientras la entidad se hundía y con ella el modo de vida de un país, en parte debido a esos comportamientos. Pues bien, aquí parece no pasar nada. Ahora es Bankia, pero existe en esta ciudad una suerte de pacto de silencio sobre el comportamiento de consejeros, directivos y arrimados de entidades de ahorro mucho más cercanas, cuyos nombres, correrías, aumentos de patrimonio, comilonas, megaviajes de ocio, juegas, gastos suntuarios personales y familiares, caprichos o vomitivos dispendios son conocidos y reconocidos y que, sin embargo, una especie de pacto de no agresión ?dado el espectro político generalizado del "pringue"- hace que los salmantinos, robados como el que más, tendamos a parecer un poco más tontos. Todavía.
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