Eduardo

Un sabio, profesor en la Universidad, nos dijo en 3º de Periodismo que, aunque resultara paradójico en un principio y aunque solo fuera por puro egoísmo, las cosas nos irían mejor en la vida si éramos capaces de rodearnos de gente más brillante que nosotros. No nos harían sombra, nos darían luz.

Desde entonces ha sido para mí un criterio básico en eso que llaman ahora "gestión de recursos humanos" y selección del personal. Hay que rodearse de gente mejor que tú, lo que, ya para empezar, te coloca dos retos por delante: ser tú mejor cada día y no cejar en el empeño de buscar a los mejores.

No se trata de configurar una especie de cohorte de notables, de gobierno de los sabios que diría Platón. No se trata solo de sacar dieces y matrículas de honor. Hay que ser más y mejores. Y eso siempre es una tarea, una aventura, tan inesperada como incompleta.

Entre las muchas y variadas satisfacciones que da la docencia está esa extraña experiencia, mezcla de gozo y honda libertad, que se tiene cuando un alumno supera al maestro. Habrá quien lo vea imposible, pero es cuestión de perspectiva (y de probabilidad estadística). Después de haber dado clase a más de diez mil personas, ya sería raro que yo fuera el mejor de todas ellas.

Uno de los mejores es Eduardo, Eduardo Suárez, periodista de raza (y de León), al que acaban de condecorar por todo lo alto, con uno de los premios más prestigiosos de la profesión. Le premian en el día en que abandona EL MUNDO después de 15 años a la tecla. En el día del santo de su padre. En el día en que su madre sostiene largo el amor y corto el olvido.

Cuando nos conocimos, hace casi 20 años, en mi Salamanca del alma y de piedra encendida, yo tenía poco más de 23 y él arrancaba, con su pasión tintinesca y su corazón siempre inquieto, la carrera de fondo que siempre quiso correr.

Los premios son veleidosos y no siempre recaen en los mejores. Esta vez, sin embargo, han acertado de pleno. Vendrán más, estoy seguro. Vendrán más días, ¿y nos harán mejores?