Ausencia de tiempos

A las puertas del mes de agosto y ya casi apurando el verano. Un año, como los últimos, en que las televisiones proyectan múltiples programas en que entrevistan a la gente preguntándoles cómo van a pasar las vacaciones y si el presupuesto les permitirá tomarse unos deseados días de descanso en que desconectar de la rutina diaria. Obviamente, y a pesar de la ligera mejoría que se percibe, muchos de ellos comentan que no pueden permitirse salir a ningún lado o que de qué van a tomarse vacaciones si no tienen trabajo del que descansar, y a una se le cae el alma a los pies escuchando estas cosas.

Quiero creer, y deseo pensar, que será este verano el último negro de los últimos ya casi ocho en que los desplazamientos a las costas mermaron y en que las operaciones salida quedaron muy lejos de aquellos tiempos en que las caravanas se hacían eternas y encontrar hotel a última hora era misión imposible, pero me temo que aún es pronto para ser tan optimista.

Estos últimos tiempos se está volviendo a veranear, quienes pueden y tienen familia, en los pueblos y se aprecia un considerable aumento de las familias que optan por esta medida vacacional de crisis y convencida estoy de que hasta habrá quienes sucumban a sus encantos y sigan practicándola aun cuando la economía familiar les permita opciones menos económicas.

Hay algo entrañable en los pueblos, un aire a recuerdos de los que allí se criaron y vivieron el campo, y esa tranquilidad que perder de vista semáforos y asfalto aporta. Quizá la crisis, que alguna lectura positiva habrá de tener, haga que estos niños que veranean correteando por los pueblos (como hicieran sus antepasados), bañándose en el río porque la piscina no está a su alcance, trepando por árboles y jugando a las chapas, sea una generación distinta, que aprecie más que las anteriores el valor de las experiencias y de los recuerdos que nada tienen que ver con el bolsillo y el día de mañana eduquen a los que vengan en valores y no en dólares.

Las vacaciones y el descanso son, en definitiva, la ausencia de tiempos, la posibilidad de no mirar el reloj a todas horas, de cenas tardías y sobremesas eternas, de despreocupación, de ratos en familia y de todas aquellas pequeñas cosas que recordaremos cuando el frío vuelva y ya no quede tiempo ni para pensar que no vimos el mar. Cada cual tiene su mar y su destino y todo depende de la actitud, habrá quienes no sepan disfrutar de unas lujosas vacaciones en el paraíso y quienes conviertan en idílico el lugar en que se encuentren.

Y es que así es la vida, la posibilidad de ser felices disfrutando de lo que se tenga, por muy escaso que sea, o la de no estar satisfechos con nada de lo que se logre, por más riquezas que se acumulen. Y no voy a ser yo la que diga que la ambición, bien entendida, es nociva, pero desde luego que sí sé que los que disfrutan de lo que tienen, tienen mucho más que los que nunca tienen suficiente.