JULIO FERNÁNDEZ | Profesor de la Usal
Durante la contienda se produjeron duras hostilidades por cada uno de los bandos (en nuestra memoria quedan quizá como más espeluznantes los protagonizados por los bombardeos de la aviación alemana en Gernika y los asesinatos de Badajoz, en el bando rebelde, o los asesinatos de Paracuellos cometidos por el bando republicano). Una vez terminada la infame guerra fratricida, la dictadura de Franco no tuvo ni la paz ni la piedad ni el perdón que había reclamado Azaña en su dramático discurso de Barcelona, curiosamente también un 18 de julio (de 1938), cuando ya se vislumbraba un triunfo de los rebeldes, apoyados por el nazismo alemán y el fascismo italiano. Sí hubo, en cambio, con los vencidos, venganza, represión y exilio (en el mejor de los casos) y en el peor, además, miles de muertos ejecutados al amanecer en las tapias de los cementerios y muchos de ellos enterrados en las cunetas en fosas comunes. De una inmensa mayoría (incluso hoy día después de tantos años) sus familiares no han tenido información de su paradero, algo que un Estado de Derecho Constitucional como el nuestro no debería permitir. Todos tenemos derecho a la memoria y como bien afirmaba el psiquiatra Castilla del Pino, para estas personas debe convertirse en "el reconocimiento del derecho a ser recordados a los que se les negó esa posibilidad".
Me conmovieron las memorias del fraile capuchino Gumersindo de Estella (ya he tenido la oportunidad de hablar de él en otro artículo), quién por ser disidente de la doctrina oficial del nacional catolicismo belicista, fue destinado profesionalmente a la prisión de Torrero, en Zaragoza, donde asistió espiritualmente a varios miles de presos republicanos condenados a muerte, en sus últimos momentos. Las memorias no pudieron publicarse hasta después de la muerte de Franco, al ser consideradas un material subversivo prohibido por el Régimen. En ellas narra las conversaciones que tuvo con cada uno de los reos desde que los levantaban hasta que eran ejecutados en el patíbulo. Para muestra, transcribo la siguiente: "Estaban preparados ocho soldados para cada uno; cuatro rodilla en tierra y cuatro de pie. Florencio sollozaba cubriéndose el rostro con las manos. Uno de los reos dijo a los soldados: Por favor, tirad bien, no nos hagáis sufrir. Les di a besar el crucifijo. Lo besaron todos. Me aparté. Y? ¡fuego! gritó un oficial. Sonó la descarga fatal. Los seis cayeron de espalda muertos instantáneamente. Yo vi los cráneos de dos de ellos saltar en pedazos y caer la masa encefálica entera a tierra. Les di a todos la absolución. Y luego la santa unción".
¡Terrible! Aún así, es bueno que la sociedad recuerde sus horrores y que sirvan para que la convivencia se teja con mimbres de justicia, solidaridad y tolerancia y no con las del odio y el resentimiento. De lo contrario, como por desgracia ocurre en esta triste España que algunos quieren que continúe siendo ultramontana y cainita, seguirá habiendo amenazas al sistema democrático y a sus ciudadanos, como las que recibe el líder de "Podemos" (que, estemos o no de acuerdo con sus postulados políticos, debemos condenarlas), a través de twitter y con anagramas fascistas, del siguiente estilo: "Alberto Garzón, junto con todo su equipo y votantes, Pablo Iglesias y demás tienen que ser metidos en una fosa con un tiro en la frente". ¡Qué pena, no escarmentamos!