Apunte sobre la libertad

Nuestra capacidad de razonamiento tiene en la voluntad su verdadero motor. Pero la voluntad, en modo alguno, está supeditada a los dictámenes de la razón. La mayor parte de nuestras decisiones no están precedidas por la reflexión; al contrario, son promovidas por contingencias externas que llevan encadenados sus propios comportamientos como imperativos que no podemos evitar.

El libre albedrío, implícito en nuestras decisiones voluntarias, no es sinónimo de libertad. Para que así fuera, tendríamos que conocer, previamente, la naturaleza de las opciones presentadas a la conciencia y, conocidas sus consecuencias, adoptar las decisiones. Entonces, sí habríamos ejercido nuestra libertad, porque, en el ámbito de la propia reflexión, estarían presentes todas las opciones y no sería posible errar por desconocimiento.

Asimismo, cuando la voluntad ejerce su función de forma automática sobre la base de los asuntos que ordenan la vida diaria, no puede decirse que actuemos con libertad. La ejecución de esos actos no demanda reflexión alguna; se trata de conductas que ejercemos de forma mecánica. Solo en situaciones comprometidas, o en asuntos de importancia, abrimos la puerta al pensamiento y decidimos. Pero, ¿qué ocurre si nos equivocamos? ¿Podemos afirmar que, ese error, es la consecuencia de nuestra libertad? ¿Acaso es posible mantener libertad alguna sumergidos, como estamos, en la oscuridad más absoluta?

Sobre la base de la reflexión anterior, se puede deducir que el hombre no es libre en ninguno de sus comportamientos. Si conociera previamente la verdadera opción en cada situación de las que le toca decidir, no necesitaría la libertad. Porque nadie elige el mal a sabiendas; nadie se extravía sino es por equivocación en sus determinaciones. Cierto que la mente humana es un mecanismo prodigioso. Pero, si a través de ella, no es posible evitar los errores, estaríamos hablando de una potencia abandonada a su suerte.

Por eso el hombre duda, se equivoca y muere. Esta evidencia le despoja de cualquier atisbo de libertad. Su libre albedrío es mas una tara que un atributo; le hace hijo de las contingencias y, aunque crea que edifica el mundo, no hace otra cosa que deambular de un lado para otro en una mudanza constante, en cuyos traslados, pierde la totalidad de sus enseres y capacidades.

Si desconoce los principios que rigen su propia existencia ¿cómo puede obrar libremente? Su ignorancia es como una losa que le tiene inmovilizado. A pesar de todo, esta fatal evidencia, no merma su empeño por construir la realidad desde la precariedad más absoluta. De esta suerte, edifica el único mundo posible. Pero, la falta de éxito en el descubrimiento de sus orígenes le hunde con frecuencia en la desesperanza y le empuja hacia un pragmatismo exagerado. Por eso busca entre las cosas los remedios para sus males. Pero, no es posible alcanzar en la oscuridad el origen de la luz.