Oración y Política

Dice un refrán popular, y ya se sabe que los refranes ?casi- siempre tienen razón, que los curas trabajamos poco, "media hora, a la sombra y con vino"; pero esta semana ha sido una excepción para mí. Y para más inri, ahora que estoy jubilado tengo más trabajo, lo cual puede que tenga algo que ver con la entrevista que Henrique Zymerman le ha realizado al Papa Francisco en Cuatro, que no es cadena de mi devoción, pero como este Papa es especialista en dar sorpresas ("Dios es el que da sorpresas", dijo Francisco en la entrevista), cuando habló de la cultura del descarte que domina el actual sistema económico, resulta que los primeros descartados fueron los bebés ?bajísima tasa de natalidad en Europa- y los ancianos, que son los que pueden transmitir la memoria de la civilización; no sé si un jubilado por lo legal puede considerarse un anciano, pero por si acaso iré considerándome descartado, más que nada para justificar mi posible futura rebelión, o la simple recuperación de mi pensamiento crítico para enfrentarme al pensamiento único. El tercer grupo descartado son los jóvenes, especialmente en España, lo cual es un indicio evidente de que el sistema económico, político y social está en una profunda crisis, porque para defender al ídolo del dinero, al "dios dinero", están dejando perder a la generación más preparada de toda la historia de España, aunque esta generación también tenga sus defectos, como todas los hemos tenido.

Una de las cosas que más me han llamado la atención en lo que ha dicho el Papa no es en realidad nada nuevo: que el encuentro de oración habido recientemente en los jardines del Vaticano con los presidentes de Israel, de la Autoridad palestina y con el Patriarca de Constantinopla, no ha sido un encuentro político, sino de oración. Pero también me ha parecido oír que la oración tiene una enorme eficacia política y que la política es una de las formas más altas del amor, de la caridad, vaya.

La cultura del descarte descarta la eficacia de la oración, pero sin pensar en términos religiosos, el que ora se da tiempo a sí mismo. Y silencio. Y si tiene tiempo de silencio, corre el riesgo de escuchar la realidad y cribarla, y discernirla con el poso de la reflexión, la consulta y la paciencia. Y el que ora deja espacio también para la objetividad ?Dios, si existe, no soy yo, es 'lo otro que yo'- y pone dificultades al capricho. Y si esa oración se hace en comunión con el espíritu de una Iglesia, da lugar al contraste y al contrapeso, no sea que lo que oremos sea fruto de nuestra más libre y loca imaginación. Y la oración también modera los sentimientos, que pueden jugarnos malas pasadas, pues si no están bien enraizados son volátiles, volubles, cambiantes y a menudo dejan vacíos áridos y angustiosos cuando desaparecen. O sea, que aun suponiendo que la oración no tenga base religiosa, que en muchos sí la tiene, tiene gran importancia política en las democracias asentadas porque la convicción reflexionada, contrastada, consultada, serena es más difícilmente manipulable. Y ciudadanos y votantes críticos es lo que necesitamos. ¿O no?