La fama de la mujer barbuda

Llegué tan solo a las votaciones, no sé si por costumbre o ya es vicio. Suficiente, con videos posteriores, para saber que el festival de Eurovisión se ha convertido en un alarde de técnica, comprobable con solo volver a visionar el yo soy aquel o el lalala-massiel ,aunque ahora lo veamos en color, y compararlo con este derroche. La técnica progresa vertiginosamente, la música no. Otra cuestión que a mí me sorprende un tanto es que cuando pensábamos en Europa como un lugar apartado de la charanga y pandereta, pues parece que no, que este festival la encandila más de lo que cabría esperar, que su argamasa la une más que el tratado de Maastricht, o la musica de Bach.

Pero lo que comprobé y lo certifica el resultado, es el arrollador triunfo de Conchita, con su rara presencia, el retorno a la fama de la mujer barbuda, un éxito con toda la barba, y achacable solo a su afeitado pues no me puedo creer que triunfase por esa horrorosa canción. Esta prusiana apareció para que podamos constatar cómo han cambiado los tiempos, para la mujer barbuda, desde la oscuridad del monstruo de barraca de feria a convertirse en icono de un nuevo glamour.

La cuestión es que a mí, a pesar de todo el gran sufrimiento que encarnan, o precisamente por eso, me conmueven más aquellas mujeres barbudas, de tiempos sórdidos de confusión, superstición, de vacío de ciencia, con historias plenas de verdad, dureza y profunda soledad, que este superficial jugueteo que se trae Conchita con un tiempo igual de superficial, aun admitiendo que cualquier historia de travestismo o ambigüedad de sexo debe comportar no pocos y hondos conflictos personales Pero no me voy a poner ni trágico, ni tartamudear como si tuviera pelos en la lengua. Decía Adela Castro en mi querida señorita cuando se fue a confesar: "Un hombre me ha pedido que me case con él; pero hay un problema Padre: yo me afeito. No sé si soy una mujer normal". Y más delante de esta buena cinta de Jaime de Armiñan, un médico la impacta diciéndole: Adela, es Vd. un hombre. José Luis López Vázquez desbordado continúa la gran historia del volver a empezar, mientras se desvanece su problemático pasado de mujer barbuda.

Hagamos un poco de memoria histórica. Sanchez Cotán, el de los famosos bodegones, retrata en 1590, a Brígida del Rio, La barbuda de Peñaranda, que popularizaría en grabado la edición de los Emblemas morales de Sebastián Covarrubias en 1610, donde se la trata de hermafrodita y escribe: como a mostro horrendo y raro,/ Me tienen por siniestro y malaguero/ Advierta cada qual que me ha mirado,/ Que es otro yo si vive afeminado.

Como han señalado Fernando R. de la Flor y Jacobo Sanz ("La puella pilosa". Representaciones de la alteridad femenina 1999), "a las barbudas le estaba asociada una serie de valores específicos que trascienden los límites de la mera curiosidad y que afectan a esferas como la moral"

Hoy libres de ciertas e interesadas supercherías podemos acercarnos a esta obra del Prado y descubrir en la pintura de Cotán una delicadeza de ejecución que hace transmitir a Brígida una áurea de ingenua bondad, que incita a compasión.

Más dura, misteriosa y conocida es la pintura del gran pintor José de Ribera, que no ahorra sino que ensalza todo realismo en su 'Retrato de Magdalena Ventura y su marido' (1631), "La mujer barbuda", así, sin disimulos, la obra que contemplamos en el Hospital Tavewra de Toledo y que retrata del natural al matrimonio. Esta obra fue encargo del Virrey de Nápoles, entonces territorio español, Fernando Afán de Ribera, tercer duque de Alcalá, muy dado a coleccionar maravillas y rarezas. Tenemos un testimonio de la escena del posado, debido a la visita del embajador de que narra en carta fechada el 11 de febrero del 1631:

"En la estancia del virrey estaba un pintor famosísimo haciendo un retrato de una mujer de los Abruzzos, casada y madre de muchos hijos, la cual tiene la cara totalmente viril, con más de un palmo de una barba negra bellísima, y el pecho todo peludo".

En la amplia leyenda del cuadro se lee: "el gran milagro de la naturaleza"; se explica como a Magdalena desde los 37 años le había crecido una barba tan larga y espesa que se parecía más a un hombre barbudo que a una mujer y que había concebido tres hijos de su marido; se le denomina a José de Ribera, si lo escribió él sería autobombo, como "Apeles de su tiempo", y al Duque se le compara a Alejandro Magno, que sería de más que peloteo.

Ante este cuadro nadie queda indiferente. La escena casi siempre tierna de maternidad, madre amamantando al hijo, nos confunde y nos chirria. Parece que la realidad se nos impone, demuestra que el mejor arte no está hecho para ser mirado si no que es él el que nos mira, que no decora, interroga. Y más este Españoleto Caravallesco y tenebrista que no nos concede tregua ante lo cierto.

Aún más triste me parece el caso de estas mujeres velludas, destinadas a mostrarse en barracones de feria o a ser estudiadas como engendros indeseados de la naturaleza. Famosas se hicieron muchas y sus tragedias se convirtieron en diversión de incultura de tantos que solo se enardecen ante lo que ellos consideran inferior: Ni mucho menos.

Krao Farini, Annie Jones, Sidonia de Barcsy ,Julia Pastrana, la indescriptible, nombres de mujeres que pasearon Europa sin cantar y con menos glamour.

Si se pone de moda la pilosidad barbuda, podemos irnos acostumbrando al juego.