Elogio a la impostura

Hay personajes cuya actuación pública tiene impacto en la vida de muchas personas. Se mueven en muy diversos terrenos que van desde el universo intelectual al conformado por el mundo del espectáculo. Individuos cuya proyección puede ser mediática o vinculada a soportes comunicativos más estables. Acciones que se expresan de manera puntual y espontánea o que tienen una carencia sosegada y constante. Puros guiños que terminan evaporándose en el fragor del ruido diario, aldabonazos que despiertan temporalmente la conciencia, o cuya influencia es profunda y permanente. A veces el personaje público termina oculto por su obra, sea un exabrupto, una imagen o un denso tratado de pensamiento. La gente incluso llega a confundir al autor con la obra, o, mejor, llega a olvidar al primero en detrimento de la segunda.

De entre las muchas facetas que esta actuación pública trae consigo figuran dos que configuran un bucle cuyo hilo conductor es la idea de responsabilidad. Existe un compromiso del actor con las consecuencias que sus acciones generan en otros y se da un cierto nivel de exigencia a la hora de mantener aquél coherencia con sus acciones subsecuentemente realizadas. Un escritor que interpreta una realidad cuyo diagnóstico ayuda a quien lo lee a animarse a entrar en la lucha armada, por ejemplo, es alguien que genera tal intensidad en su nivel de compromiso que pareciera deber reforzar el grado de su coherencia interna. Ahora bien, ésta es muy difícil mantener a lo largo de una vida en cuyo entorno se registran tantos cambios profundos. Además, no es época en que se pueda evocar aquello de "nobleza obliga".

Las venas abiertas de América Latina, es un texto leído por cientos de miles de personas desde su momento de publicación hace más de cuarenta años hasta el presente. Sus ideas han sido tomadas y, creo, siguen siendo asumidas, como verdades absolutas interpretativas de la realidad socio política de esa región. Han generado ardientes discusiones y han configurado programas políticos. Jóvenes letraheridos tomaron la vía de la insurrección con el texto bajo el brazo. Hoy, Eduardo Galeano, su autor, cuya vida siguió por el derrotero de la ficción del que quizá nunca debiera haberse salido, confiesa que lo escribió "sin tener la formación necesaria" y que, además, "no volvería a leerlo".