Una Poniatowska de rojo y amarillo

Esta mujer ante la que se inclina el rey, vestida del rojo de la sangre y del amarillo del sol como ella misma dijo en la muy noble universidad de Alcalá es no solamente un Cervantes que nos ha devuelto la sonrisa y la esperanza, sino un ejemplo vivo de lo que es el respeto, la lucha, el activismo, la tolerancia y? sobre todo, la obra bien hecha de quien ama y defiende a las manos trabajadoras.

Esta ha sido la semana de Elena, la semana de Poniatowska, de sus blusas bordadas, de sus sonrisas, de sus declaraciones, de sus gestos generosos y sus atípicas palabras de agradecimiento y de denuncia? todo en la medida de lo bello y de lo agradecido. Porque esta mujer pequeña que nos ha ocupado durante una semana de colores es así de generosa, de solidaria, de entregada y de constante. Cuando en el bello Juchitán de las mujeres, allá en el norte de México, le regalaron las artesanas zapotecas un huipil o vestido tradicional para que se lo pusiera en las grandes celebraciones, nadie podía suponer hasta qué punto Elena Poniatowska Amor iba a lucirlo y a reivindicar el trabajo de las bordadoras del norte del país. Esas mujeres que no hacen arte, sino artesanía, y cuyos colores vivos celebran la vida, la vida que se nos lleva a todos, por eso Elena lleva en las orejas unos peces dorados que recuerdan a Gabriel García Márquez, el otro protagonista de una semana libresca que ha teñido de recuerdo que no de luto la fiesta de la Poniatowska, la fiesta mexicana de una autora nacida en Paris, descendiente de polacos, de rusos, de estadounidenses, enamorada de España y mexicana por convicción, por amor y por esa lengua que, aprendida de las criadas de su casa, se ha convertido en el regalo que nos hace de allá para acá? trayendo al Cervantes la fuerza de quien se atreve a hacer literatura y a denunciar con la literatura las injusticias de un mundo cada vez más necesitado de sol para todos. Ese sol que luce en su vestido.

Aquella que dice caminar con los desposeídos se acerca al rey y le besa con cariño y agradecimiento. No hay nada maniqueo ni forzado en Elena Poniatowska, solo una exquisita cortesía con la que agradece los dones que se le ofrecen, vengan de la calle, de la casa real o de la mujer que se le acerca a felicitarla con las manos temblorosas de nervios. Ella trata por igual a todos y despliega sus flores en las dedicatorias de los libros, esos que, lejos del anecdotario de esta semana feliz, han de quedar en nuestras conciencias. Como quedan los ecos de sus palabras en el muy noble paraninfo de la universidad de Alcalá, un lugar de artesonado sublime y maneras ceremoniales donde se presentó, pequeña y solitaria, una figura envuelta en los huipiles de aquellos que se supone que descubrimos. Y ella nos descubrió a nosotros, leyendo un discurso cuyos ecos debemos recordar a cada rato, con sosiego, con reconocimiento? porque la denuncia no tiene por qué ser una agresión al otro, porque la verdad no tiene por qué ser un ataque? porque en Elena Poniatowska está el ejemplo de la virtud de denunciar, mostrar la realidad, desear el cambio? todo desde esa sonrisa y ese agradecimiento genuinos que tanto hemos sentido. Y que le devolvemos.