El árbol de la vida

Querido amigo:

La vida es demasiado breve para derrochar el incierto tiempo que se nos ha concedido sobre esta tierra enzarzados en disputas o malos entendidos.

Estamos convencidos de tener por delante un tiempo casi ilimitado y cuando queremos darnos cuenta hemos llegado al final del primer tiempo sin tener muy claro quién va ganando el partido. Hemos pasado la mitad del partido sin saber muy bien en qué portería debemos disparar o que, a veces, hay que dejarse meter un gol para retomar el juego con fuerza.

Nuestro terreno de juego es la vida que nos ha tocado vivir y nuestro equipo todo aquel que nos rodea. Poco importa que hayas cruzado más o menos palabras, que te lleves más o menos con el centrocampista que te da el pase de gol. Somos todas y cada una de aquellas personas con las que nos hemos cruzado, con las que hemos reído o imaginado. Somos todas esas pequeñas ideas que surgieron de una sonrisa o los miedos que provocó en nosotros una situación desconocida ante la que aprendimos cómo actuar.

Soy, como tú, un puzzle de toda la gente con la que he cruzado mi camino, aquella que me enseñó a mirar más allá, a escuchar con cuidado o trazar un dibujo con mimo, casi siempre, sin pretenderlo. Soy alguien hecho de todos aquellos alguienes que un día me contaron su historia, sus locuras. Sus sueños. Soy aquel profesor que se sentaba al otro lado de la mesa, la mujer que me recibe con un gesto amable o la amiga que te pide apoyo cuando no sabe en qué dirección caminar. Soy la que aparenta fuerza aunque tiemble cuando otros necesitan un pilar al que agarrarse.

Pero también soy la que hoy paraliza el miedo. El miedo a pasar por este partido sin haber dado una asistencia de gol, sin haber ofrecido una mano al compañero que cayó a la hierba, a no haber aprovechado el centro cuando estaba sola ante una portería vacía. Tengo miedo a que un día suene el pitido final sin haber celebrado lo suficiente que he sido titular en este partido.

Querido lector, esta tarde de Miércoles Santo me ha llegado la horrible noticia del fallecimiento de una compañera del Conservatorio Profesional. Una chica joven, más aún que yo, que merecía seguir haciendo música por muchos escenarios. No puedo decir que fuéramos amigas, porque no nos conocíamos lo suficiente. Pero yo sabía quién era ella y ella sabía quién era yo. Me he reído muchas veces con ella cada vez que alborotaba el coro en el que ambas cantábamos cada martes por la tarde. Supongo que si hubiera charlado más con ella hoy necesitaría muchas más palabras para despedirla, pero nunca lo hice porque me parecía el tipo de persona que "está siempre ahí". Como una figura estática que siempre ha ocupado su lugar en el discurrir de mi vida. Sin embargo, noticias como la de hoy te hacen darte cuenta de que todo lo que te rodea tiene vida propia y tú no eres el centro de la cronología universal. Tus problemas no son problemas comparados a los de los demás. Siempre hay alguien sufriendo más que tú. A veces somos demasiado egoístas al quejarnos de todo por sistema?

Me despido de ella dándole las gracias, por haberme recordado lo importante que es vivir y no malgastar un solo segundo en algo de lo que te puedas arrepentir. Y también por todos los ataques de risa que me ha provocado en sus rebeliones corales. Querido lector, si algo tengo claro es que mi compañera y tocaya Ana intentó divertirse con todo lo que hacía. Siempre estaba riéndose por algo.

Me gusta la gente que no tiene miedo a vivir. No caigas en el error de vivir amargado. Disfruta de cada paso. Lleva siempre contigo preparada una sonrisa.

Hasta la próxima, Ana.