En busca de la Excelencia perdida. "El Estoescomotodo"

Publicado el 21 de abril de 2014

Un servidor, Herminio Calvo Serer profesor titular de Matemáticas en este Centro, quiero hablarles de los padres que han cedido el principio de autoridad.

En primer lugar están los inocentes, que andan de aquí para allá perdidos entre limbos y babias, porque hace años que se les acabó la autocomplacencia y se les ha quedado cara de "esto es demasiado gordo para mí".

En segundo lugar se esconden los que tienen miedo a sus hijos. Y ellos, que lo saben, se comportan de diferente manera con cada uno de los cónyuges para dividirlos y transformarlos en marionetas de sus caprichos. Cuando los solícitos padres se quieren dar cuenta, ya les han tomado la delantera y a paso de carga acaban convertidos en rehenes de sus hijos. Por las buenas o por las malas. El método de manipulación varía según la persona y la educación que ha recibido, pero el objetivo es el mismo; conseguir que sus padres hagan lo que ellos desean. Por si fuera poco la mayoría padece el síndrome de Estocolmo, y culpan a otros del problema que tienen en su casa, especialmente a los profesores, creyendo que la solución les va a venir volando del Instituto, o del asistente social, o del orientador, o del Gobierno.

Y por último, progenitores que se vuelven adolescentes en un ataque de memez, y se dicen amigos de sus hijos desde que lo leyeron en las páginas del consultorio de una revista del corazón. Gente ignorante que con la mejor intención dejan huérfano al hijo sin conseguir llegar, ni de lejos, al grado de camaradería, complicidad y confidencia de una amistad.

Imaginen, señores asesores, la siguiente escena; el hijo vuelve borracho a casa a las tantas de la madrugada y el padre, que lo siente llegar desde la cama, se levanta para hacer unas risas con él.

-¡Vaya mierda que traes! ?exclama el padre entre grandes risotadas mientras se golpean las manos.

-Pues al padre de mi amigo Luis no le ha gustado ?balbucea disártrico el hijo.

-Porque es un retrógrado y un carca ?afirma el padre.

-Ya te digo ?acierta a contestar el chico-, con decir que el otro día le quitó unas pastillas que le encontró rebuscando en su chupa.

-¡Lo que hay que ver! ?se asombra el padre.

-Como que está pensando en denunciarlo por violación de su intimidad -dice el chico con voz pesada, aguardentosa.

-No me extraña ?asiente el padre-, pero lo de las pastillas? ¿no será peligroso?

La idiotez del padre se tomó un respiro.

-No serás tú como el padre de Luis ¿eh colega? ?le replica la criatura-, yo me meto lo que quiero. ¿Acaso no haces tú lo mismo y yo no te digo nada? ?el chico estaba ofuscado y agresivo.

-Claro, hijo ?el padre no encontraba palabras-, nosotros somos coleguitas.

-Pues eso ?desde la puerta, el hijo da por terminada la conversación-, más vale que te vayas a la cama que mañana tienes que ir a trabajar.

-Es verdad ?reconoce el padre jovialmente poniéndose en pie-, con la charla se me había olvidado. Como tú te levantas a mediodía?

Al poco, el chico marcha a su habitación, se desnuda y se acurruca entre las sábanas limpias de la cama. Su madre se las ha cambiado por la mañana cuando al hacerla descubrió restos de vómito de la noche anterior.