EL TEMPLO DE DIOS

Muy próxima la Semana Santa, las distintas hermandades acondicionan los objetos de culto para celebrar, con toda solemnidad, la Pasión de Cristo. Sin embargo, celebrar la muerte de Jesús, no es un acontecimiento que requiera tanta ostentación, si nos atenemos a la sencillez de su mensaje.

Quizá Jesús, al contemplarnos desde su morada de la luz, piense: qué poco han aprendido; de nada les sirvió mi ejemplo. Siguen empeñados en la forma, desconocen totalmente el fondo; aquello que con mi ejemplo traté de enseñarles.

El templo de Dios no tiene otra ubicación que la morada de las almas, con sus muchas necesidades, anhelos, propósitos y contrariedades. Cada ser humano lleva en si mismo ese templo, susceptible de ser habitado, si se dan las condiciones precisas. Tanto ornamento en las celebraciones me induce a pensar que, la Semana Santa, no pasa de ser un acto cultural que recrea, con todo lujo de detalles, los momentos más amargos de Jesús.

Las imágenes no necesitan nuestras plegarias y los enormes esfuerzos para trasladar pesados carruajes, quizá no le gusten demasiado a Dios, sabiendo que hay tantos hermanos que sufren; almas necesitadas de alimento espiritual y cuerpos que no encuentran lo necesario para vivir. Cubrir una necesidad ajena con recursos que también nosotros necesitamos es la mejor oración, exige menos esfuerzo, pero más desprendimiento; más solidaridad.

Lo cierto es que, todos marchamos por el mismo camino, hacia el mismo destino y con semejantes anhelos en nuestro corazón. Pero empleamos todas nuestras energías en formalidades; en discutir como llegar a ese punto sin retorno que conforma nuestra última frontera. El tiempo lo tenemos limitado, el camino es impreciso y la noche, finalmente, nos sorprende en páramos repletos de oscuridad.

Va a tener razón Jesús cuando reprocha nuestro comportamiento. Para Dios, pomposas representaciones y grandilocuentes palabras, son papel mojado, si no van acompañadas de actos que ayuden a los demás. Algunos no lo han entendido todavía. Quizá, los más ilustrados y aquellos que gobiernan las naciones, tengan que descender de su estatus y vivir con la gente de la calle, para darse cuenta de la enorme distancia que les separa de la realidad.

Por eso, la semana Santa, me produce mucha tristeza. Como acto cultural, lo entiendo. Pero no hay que olvidar la esencia del mensaje de Cristo. Quizá tengamos que sustituir muchas de nuestras oraciones por actos de caridad.

A pesar de mis formulaciones, siento enorme respeto por las creencias de las personas. No por el significado de esas creencias, sino por las propias personas, que encuentran en ellas una forma de liberación interior. Sin embargo, yo prefiero buscar a Dios en el trabajo de cada día, a través de la conversación con el amigo, en el acuerdo con el vecino. Quizá, también, en la contemplación de la naturaleza y, sobre todo, en mis tareas cotidianas, que realizo como si hiciera cosas importantes.

Pero, si lo que te gusta es la solemnidad de la Semana Santa, con todo lo que significa de fastuasidad y preparación, también lo entiendo. Pero, entonces, estaríamos hablando de negocios.