¡Debajo está la playa!

En estos días convulsos para los estudiantes universitarios españoles en que, espoleados por una ley retrógrada que contempla drásticos recortes y endurecimiento en la concesión de becas, subidas de tasas casi abusivas, eliminación enmascarada de Erasmus y alguna otra "cosilla" que se queda en este tintero electrónico, rebajando derechos adquiridos a lo largo de años, estos se han echado a las calles para manifestar su hartazgo, algo más de ciento cincuenta alumnos de los estudios de Biología de nuestra Alma Mater, han dejado a un lado sus reivindicaciones para hacer de la costa asturiana su aula-laboratorio temporal de estudios.

En lo que para muchos son simples excursiones, casi de tortilla y filete "empanao" sin más, y que para quienes participamos en ellas poniendo nuestro empeño e interés nunca dejarán de ser unas "prácticas de campo" imprescindibles en su formación, se enfrentarán a duras jornadas, a las que muchos de ellos ni están acostumbrados ni acabarán de acostumbrarse pues los madrugones son pan nuestro de cada día y el trabajo sobre el terreno casi ininterrumpido, para complementar los conocimientos teóricos que ya tienen sobre nuestra fauna, diversa y abundante, con la práctica sobre el terreno, a pie de obra.

Seguramente haya quienes, incluso desde dentro, piensen que estas actividades suponen un derroche excesivo para las arcas universitarias, cada día más maltrechas. Será una opinión respetable, por supuesto, pero creo que equivocada a juzgar por la respuesta que, quienes en este periplo nos sentimos responsables, vemos en sus caras y, sobre todo, en su comportamiento. Aquí, no sólo se ponen en práctica los principios que rigen la filosofía del Espacio Europeo de Educación Superior, eso que todos conocemos como Plan Bolonia, sino que se recupera un aspecto del aprendizaje tradicional cada día más olvidado: el contacto profesor-alumno.

Estos chicos y chicas, conscientes de la oportunidad que se les brinda, aprovechan al máximo cada una de las horas de trabajo para sentirse investigadores de campo con todo aún por descubrir, mientras que nosotros, los profesores, aprovechamos para mantener con ellos un contacto más personal, más íntimo si se quiere, del que las frías aulas apenas permiten y tomárnoslo como ese complemento de su formación cada vez más escaso, en el que la enseñanza deja de ser tal para pasar a ser mucho más. Convivimos y nos conocemos. Aprendemos los nombres de quienes en el aula no son más que rostros anónimos. Enseñamos lo poco que sabemos y aprendemos junto a ellos. Y para estos chicos aún adolescentes, será una experiencia en su formación de la que, la mayoría de ellos, guardará un grato recuerdo durante toda su vida en todos los aspectos.

En esta semana en la que las aguas marinas del Cantábrico hacen de amalgama para sentirnos un poco más iguales, estos alumnos han dejado aparcadas sus justas reivindicaciones, que retomarán sin duda al regreso, para saberse parte de la mejor parte del sistema y lo aprovechan al máximo aun desconociendo seguramente el esfuerzo institucional que esto puede suponer.

Esto no es París ni estamos en mayo del 68, pero en esta semana hemos conseguido levantar los duros adoquines de nuestras aulas para volver a descubrir que la playa sigue ahí debajo.

Ojalá pudiera ser así siempre.