Protagonistas

Ayer escuchaba a una señora, ni joven ni vieja, ni alta ni baja, ni sencilla ni emperifollada, normal, en definitiva, hablando a una cámara, con las lágrimas a punto de brotar en sus ojos y con cierta amargura en su tono de voz. Decía la mujer, quizá quejándose aunque el tono quedaba disimulado por el dolor, que era una pena que todo hubiera sido tan rápido, pues apenas había tenido tiempo de ver la cantidad de coronas y ramos de flores que había acumulados ?imagino que su interés pasaba más por la lectura de las bandas con dedicatoria?, ni de fijarse detalladamente en la cantidad de personajes ilustres que se encontraban en la sala ?a fin de identificarlos, vuelvo a imaginar?.

Hablo, como creo que ya habrán supuesto, del velatorio público de Adolfo Suárez en el salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados.

¿Era morbo lo de esa mujer? No, no lo creo, aunque lo pareciese. Seguramente era simple curiosidad o quizá la necesidad de sentirse parte protagonista del momento, no de cara a la galería sino como inconsciente satisfacción personal. Para eso ella, junto a cientos y cientos de ciudadanos, esperó pacientemente su turno durante varias horas a la intemperie. Se unió a todos los demás para dejar patente cual era el sentir popular. Anónimo salvo excepciones.

Casi coincidiendo en el tiempo, otros cuantos miles de ciudadanos dejaban patente su protesta manifestándose en varias columnas por el centro de Madrid en defensa de la dignidad colectiva. Personas llegadas de toda España, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, trabajadores y desempleados, mostrando su malestar. Malestar anónimo salvo para aquellos alborotadores radicales que, buscando su cuota de protagonismo, se encargaron de dejar clara su protesta a costa de destrozar cuanto hallaban a su paso y atacar sañudamente a quienes pretendiesen impedírselo.

En ambos casos, duelo o manifestación, son pocos quienes, arrimando el ascua a su sardina, aprovechan la coyuntura para autosatisfacerse, que no creo que sea otra cosa, queriendo dejar constancia de su anónimo protagonismo. Porque, afortunadamente, son muy pocos quienes sienten esa necesidad y más afortunadamente aún, muchos menos quienes recuerden el rostro de aquella mujer o las caras, incluso ocultas por antifaces, de esos diecinueve energúmenos detenidos por sus actos criminales.

Inevitablemente, siempre habrá quien sienta el impulso irrefrenable de sentirse protagonista por un momento, quien necesite salirse de la discreción para ser "reina por un día", y aproveche la coyuntura en cuanto se pone a su disposición. Pues, a la hora de elegir, quienes sientan este impulso, deberían preferir ser aquel histrión que se disfraza de billete de lotería para el sorteo de Navidad que no quien se enfunda un pasamontañas y carga sus bolsillos de rodamientos y bulones como criminal complemento a su disfraz. Que al final ambos son disfraces, el momento de gloria deja igual de satisfecho y los demás agradeceremos el detalle con una sonrisa.