Tal vez haya más de dos, pero yo sólo conozco estas dos: la calle de la Fe y la Calle Antonio Romo Pedraz. La primera en el centro de la ciudad de Salamanca, entre Libreros y Francisco Victoria, (la que va desde Serranos a Anaya). La segunda en el Barrio de Ciudad Jardín. Ninguna de las dos calles tiene portales, es decir, nadie vive en ellas, nunca jamás ninguna carta postal, ningún paquete, ninguna entrega, ninguna visita? se realizará en estas dos calles salmantinas. Nunca te encontrarás las puertas abiertas, es verdad. Pero tampoco cerradas. Y no es poco.
Quizá no sea más que una simple curiosidad sin importancia, pero no deja de ser significativo que esta rara cualidad de una calle, le corresponda a estos dos nombres (el primero un sustantivo universal y la segunda un nombre propio con sus apellidos, que le corresponden a un hombre que es un sacerdote muy entrañablemente querido en nuestra ciudad). Y puestos a jugar con las cualidades comunes entre estos dos entes, ¡¡son tantas!!, me quedo un rato pensando en esta curiosa casualidad.
Parece hasta una broma macabra. No hace ni un año que hemos terminado el año de la fe, que Benedicto XVI puso en marcha con la carta apostólica "Porta Fidei" ("la puerta de la fe") y en nuestra ciudad la calle de la fe no tiene puertas. Bueno, puestos a apurar al símbolo, o llevándolo a nuestro terreno, parece que de esta manera queda más visible y patente que la fe es como un pasillo que pone en contacto dos instancias, que es como un tránsito entre el hombre y Dios, entre el hombre y la ciencia, la cultura, la razón, la belleza, la verdad?
También me parecen llamativas las las paradojas que este divertimento de ausencias, produce en el caso de Antonio Romo. Fíjense ustedes en estas dos cositas:
Antonio Romo es un hombre con las puertas de su corazón permanentemente abiertas. Por tanto tiene puertas. Por sus diferentes direcciones han pasado gentes de todo pelaje y condición, buscando desde alimento hasta orientación para su vida, desde dirección espiritual a trabajo y cobijo. Y nunca he oído decir a nadie que Antonio les cerrara las puertas.
Antonio Romo ha recibido miles y miles de cartas. Algunas con denuncias, amenazas, malas noticias? por vivir a veces al filo de la navaja en la que le ha llevado la coherencia y muchas veces a contracorriente, por la lógica de su fe. Pero también ha recibido muchas felicitaciones, muchas peticiones, muchas gratitudes, muchas confidencias? por ser testigo de tantísimos milagros de lo que Dios hace en las personas.
Y es que Antonio Romo es un hombre de fe. Sin duda. Y también de mucha esperanza y de grandes toneladas de amor que ha ido esparciendo de manera tan humilde durante 50 años como sacerdote en tantos lugares: primero en San Morales y otros pueblos de las Villas, después como misionero del Verbum Dei por distintas ciudades, más tarde en el Seminario Menor de Salamanca y desde hace muchos, muchos años, en los Barrios de Ciudad Jardín y de Puente Ladrillo. Pero también en el Hospital. Ha pasado por la cárcel y por muchísimos ámbitos de la misión apostólica: ejercicios espirituales, retiros, cursillos, formación, animación, Movimiento Junior, dirección espiritual, enseñanza de la religión? Un hombre muy versátil y completo. Con el alba, estola y casulla y con el mono de trabajo; con el cáliz y la patena, pero también con el azadón. Entre ovejas espirituales y ovejas de las de verdad. Un buen pastor, de esos a los que el Papa Francisco se refería hace casi un año en la Misa Crismal.
Vamos, que la fe tiene puertas, por supuesto y Antonio Romo también. Aunque las calles que llevan sus nombres no las tengan.
Por cierto, felicidades Antonio y a toda su comunidad parroquial de Puente Ladrillo, porque en estos días, celebráis los 50 años de tu ministerio sacerdotal y los 50 años de la creación de la Parroquia. Otra casualidad. Pero esta tiene más coherencia.