Patrono de la Iglesia y de la buena muerte

Con la llegada de la primavera hemos celebrado también la fiesta del padre y de todos los Pepes y Pepas. No es un santo cualquiera San José. Aunque la verdad es que lo tenemos bastante desconocido, y merece la pena seguir reconociendo en él al padre callado, discreto y obediente a los planes de Dios, protector de Jesús el Salvador y de su madre María.

Él ha merecido el reconocimiento de grandes santos y da compañía y apoyo a cuantos confían en él. Tal es el caso de Santa Teresa de Jesús que confiesa que nunca que le haya pedido cualquier cosa ha dejado de concedérsela. Las Hermanitas de los Pobres tienen en él su patrono y valedor, y a él se encomiendan cuando les faltan alimentos o en cualquier otra necesidad, y el problema queda siempre resuelto.

De la protección a la familia de Nazaret se ha pasado a reconocerlo como patrono de la gran familia de la Iglesia. Él es el gran patrono de la Iglesia. Y del Seminario. Y no está mal poder acudir a él en estos tiempos de pruebas y de despistes.

Suponiendo que San José, que probablemente moriría de edad avanzada, aunque no consta en los evangelios, y que desde luego tendría una dichosa muerte acompañado de su hijo Jesús y de María su esposa, muchos en la tradición de la Iglesia lo invocan como patrono de la buena muerte. Es un tema del que apenas nos atrevemos a hablar, y sin embargo nos es familiar casi cada día. En mi experiencia de capellán de hospital, en este caso de los Montalvos, me encuentro de vez en cuando con gente que no tiene miedo a morir, pero sí al modo como pueden morir. No nos vendrá mal a todos, por lo menos a los que vivimos en la fe cristiana, encomendar a este buen padre y protector, que nos ayude en el trance definitivo y nos consiga la buena muerte tan deseada.

Acabo de viajar a Sao Paulo, en el Brasil, para acompañar, supliendo a San José, a un compañero sacerdote, que se encuentra internado en un hospital y próximo al trance final, porque tuvo un infarto en el viaje de vuelta hacia España, ya que había trabajado como misionero durante cerca de cuarenta años en el Paraguay. Esperemos que Dios le conceda llegar a su querida patria y pasar en ella los últimos años de su vida, consiguiendo el amparo de San José aquí en su tierra lo más tarde posible. Iré preparando el camino para el mundial de fútbol, aunque los juegos que ahora me toca jugar son de muy diferente clase. Espero que podamos ganar la partida, con la ayuda de San José.