Resignados a que este país solamente finja despertar su conciencia y su memoria cuando los aniversarios terminan en cero, hemos asistido el pasado 11 de marzo a numerosas ceremonias oficiosas u oficiales de recuerdo y homenaje a las víctimas de los atentados de Madrid en 2004, muchas de las cuales exhalaban hipocresía, vacuidad y el peor tufo de frialdad burocrática. Entre ellas habría que destacar como inquietante por su contenido, la concentración religiosa celebrada en un templo católico con presencia de las máximas autoridades del país.
Capítulo aparte merecerían esos otros supuestos homenajes a las víctimas, realizados desde medios de comunicación, foros, asociaciones, partidos o instituciones, cuyos contenidos, sabiendo cómo esos entes se han comportado durante años con respecto a muchas víctimas y cómo han manipulado la desgracia hasta el vómito, han ocupado este once de marzo todo un espectro de hipocresía que va desde la maledicencia hasta la doble intención, pasando por la falacia, la mentira, la tendenciosidad, la indignidad, el insulto y el odio, lo que ha vuelto a recordarnos el lastre insoluble que arrastramos desde hace varios siglos: un cainismo específicamente español que nos ha impedido crecer en armonía a lo largo de la historia y que, durante décadas, ha hecho imposibles reconciliaciones, proyectos comunes, afanes compartidos, generosidad o amplitud de miras, lo que explica bien nuestros atrasos, nuestras carencias y muchas de nuestras indignidades.
Bastante se ha escrito ya sobre las ridiculeces que quienes no saben perder aducen para intentar justificar sus derrotas y cómo sin pudor en ellas se retratan, y no serán estas líneas las que les concedan un renglón más. Pero más les valdría a los devotos de los números redondos, a los fabricantes de suplementos y programas especiales de aniversario, a los adictos a las ofrendas, a los evocadores profesionales y a esos neutrales de boquilla, controlar no sólo el contenido y el significado de sus actos públicos sino, sobre todo, la imagen de 'postureo' que esos actos transmiten, los sesgos ideológicos que los descalifican y los rituales religiosos que los abaratan, las ofensas que conllevan, los insultos que implican y las sensibilidades que hieren; pero, por encima de todo, deberían tratar de adecuar su sentido a lo que dicen pretender y no transparentar tan a las claras esa intención de fotografía para la posteridad, de imagen para el telediario o de frase lapidaria para titular que no hacen sino convertir en objeto consumible lo que debiera ser referencia moral permanente.
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