Uno viene caminando del trabajo los jueves a eso de las nueve de la noche, Torres Villarroel abajo, como decía la canción aquella. Y de repente uno se encuentra con algarabías de jóvenes de todo tipo camino de Van Dyck. Este último jueves tocaba fiesta de facultades en enfermería y en comunicación, a la vez. Pero si no son esas, no hay que preocuparse, serán otras. También puede haber reivindicaciones sociales o políticas con gente joven algo más abajo, en Puerta de Zamora o Mirat. Depende el día y si hubo o no huelga, claro. También la celebrada (según quién) nochevieja universitaria, igualmente en jueves. Y mucha gente joven siempre. Demasiada para quien se los encuentra de frente en las aceras. Y, jueves al canto, claro está.
Eso parece ser sano, divertido, vivo. Y a nuestra ciudad le da un marcado carácter jovial, lúdico y universitario, tan falto en todo el territorio oeste tan olvidado de todo. Se nota que la ciudad vive por y para el estudiante. El joven (ya sea divertido o indignado) toma la calle y eso se nota. Y seguro que más lo notan los bares y supermercados. Eso sí, con la debida protección policial desde hace algunos tiempos (por aquello de prevenir, mejor que curar).
Y me pregunta mi amigo Matías si eso es bueno o malo. Y yo, me encojo de hombros, y le digo que según y cómo. Que según se mire. Que bien para los bares, para las tiendas de disfraces, para los supermercados, para los dueños de pisos, para los que viven de la universidad, para los papeleros, fotocopiadoras, autobuses. Y mal para las gentes que habitan en zonas de movidas y madrugan, para quienes tienen pisos de estudiantes alquilados encima o al lado, para los que ven y huelen sus portales orinados los viernes. Como todo, bien y mal.
Pero yo me pregunto y se lo traslado a Matías, qué sería de esta ciudad sin eso. Equivaldría a ciudad sin nada. A otra ciudad muerta de las varias que hay por nuestro entorno del occidente patrio. Con menos población, con mucha menos o nula vida nocturna, sólo abocada a un turismo incierto de fin de semana y claramente insuficiente. Los estudiantes que nos visitan por unos años (mayormente de los grados, no nos equivoquemos en esta apreciación) son euros andantes (sí, nuestros euros sustentadores y lamento decirlo así) para una economía tan depauperada y sin recurso alternativo que no sea ese.
Bien harían nuestros gestores seguir fijando esa población que flota año tras año para que no escape de aquí. Que siga rotando. Ni uno menos cada año. Resulta imprescindible hacerlo. Ese es nuestro estupendo sector primario y nuestro futuro. No hay otro, encima. Lo demás, las excelencias rebuscadas, los postgrados de maravillosas utopías irrealizables, los marchamos de calidad como espejismos lejanísimos y cosas por el estilo, cultísima y nobilísima ciudad, pues parece todo un cuento de hadas con esta realidad tan notoria y bien visible. Y lo de pulir a toda esa juventud que rota por la ciudad con la educación y los conocimientos consabidos en lo que se pueda, eso es lo que de verdad se deberá asumir y mejorar para que el manantial de su venida nunca se agote. Agua de mayo, oigan.