Miércoles, 25 de diciembre de 2024
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Una equivocación
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Una equivocación

Bajo el (socorrido) paraguas actual de "La Cultura", donde caben desde aberraciones como las corridas de toros o los sanguinolentos rituales vallisoletanos, hasta borracheras colectivas en loor de santos y de universidades, anuncios de sectas extractoras y ladronas que pasan por fraternales o arengas y manoseos verborreicos liberticidas de toda índole, siguen colándose acontecimientos, eventos, proyectos y negocios de todo tipo que contribuyen a enmarañar aún más no sólo los conceptos culturales en su propio sentido, sino la misma esencia de su significado. Sucede con una exposición itinerante de utensilios e instrumentos de tortura que en estas fechas visita Salamanca y que constituye, al respecto, un ejemplo palmario.

A quien esto firma le hubiese gustado conservar el artículo que publicó en la prensa local hace casi dos décadas, cuando una exposición similar se aposentó en Fonseca para deleite de algunos y espanto de otros muchos, y poder comparar las arcadas que entonces le provocaba con las de ahora mismo. Sospecha que son idénticas, aunque ahora la susodicha muestra cuente con el (lamentable) apoyo nada menos que de Amnistía Internacional, una admirable organización con la que quien suscribe colabora en cuanto tiene ocasión pero que, por lo que se ve, cuenta entre sus indiscutibles méritos con el de saber equivocarse totalmente de vez en cuando.

La discusión sobre lo que sea o no cultural, el contenido de lo que forma parte del corazón de los pueblos o aquello que los educa, enseña y hace madurar, individual o colectivamente, posiblemente pueda encuadrarse en la más amplia discusión sobre lo que llamamos cultura, aunque este debate sobre su definición y límites, interesadamente abierto en la actualidad, favorezca siempre a quienes los sobrepasan o no los alcanzan.

La existencia de museos, muestras permanentes o depósitos y archivos de todo tipo de objetos antiguos y material histórico (existen en España varios ?y excelentes- sobre instrumentos de tortura), permite a quienes estén interesados, por cualquier motivo, en la contemplación y estudio de ese tipo de objetos, disfrutar, formarse o embelesarse con su cercanía. Que se utilicen exposiciones itinerantes de este tipo de material, al modo de carreta de monstruosidades con su guarnición de morbo y pátina circense, buscando la visita familiar o turística en base a mostrar la historia de la crueldad como atractivo de feria, constituye una enorme trivialización de los significados históricos, un reduccionismo empobrecedor de su sentido y, culturalmente, una equivocación.

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