Hoy es aniversario de página negra en la moderna historia de esta tierra jalonada de inciviles guerras, enfrentamientos vecinales y garrotazos goyescos, donde vitorear a Joselito es condenar a Belmonte, votar a liberales implica desterrar carlistas y estar a favor de "hunos" significa ir contra los "hotros", sin percibir que disputando hegemonías, el futuro en paz se antoja para nosotros quimera inalcanzable.
Cuando habíamos olvidado lo inolvidable y las fanfarrias de la victoria comenzaban a sustituirse por el himno de la paz, un trueno desorientado ocupó el lugar de la palabra descomponiendo con sus disparos y ronquidos, el esperanzador arco iris de la reconciliación nacional.
El pueblo quedó mudo y a la intemperie ante el zarpazo de la barbarie, viendo rodar por el suelo a sus representantes, mientras los tanques paseaban obscenamente su fuerza por Valencia, ante un pueblo indefenso que solo pretendía saborear las primeras gotas democráticas tras cuarenta años de dictadura conquistada en las trincheras.
Patético juego de fuegos artificiales en el Congreso para acallar la palabra, someter la voluntad popular, desterrar las urnas, silenciar al pueblo, rendir la paz, deportar la convivencia y condenar a galeras toda esperanza democrática, denigrando los colores verde y caqui que la gran mayoría de militares y guardias civiles llevan con honor, dignidad y ejemplar vocación de servicio.
Por unas horas retornaron a la mesa el pan ácido y el vino amargo, deshojáronse los olivos, las aves se espantaron, se dispersó el alfabeto y el polen fue diseminado por un campo en barbecho, donde la simiente no se hizo trigo ni las cepas dieron racimos para la ceremonia litúrgica del centauro que perforó con sus disparos la bóveda del templo de la libertad.
Al alba fue el retorno, la luz se elevó por encima de la sinrazón y al contorno marino de las mieses regresaron las violetas, mientras las balas que hirieron a los ángeles continúan errando por el cielo desterradas, sin reposo, ni techo ni territorio que las acoja.