Entre los temas que a la sociedad española le han sido impuestos como casi intocables desde hace décadas por unos partidos políticos y unos medios de comunicación manoseadores de un sistema de escasa altura democrática, las víctimas del terrorismo etarra se han convertido en santo y seña. Coincidiendo, nada casualmente, con los períodos de gobiernos de la derecha, determinadas asociaciones de víctimas del terrorismo, que no todas, pretenden ser convertidas en una suerte de referente moral o especie de espejo de todas las bondades, aunque el lógico aprecio, apoyo y comprensión que la sociedad española naturalmente experimenta por las víctimas de la barbarie etarra, se vean seriamente comprometidos cuando esas víctimas ?no todas-, más allá de su legítimo derecho a justicia y reparación, quieren constituirse en actores principales y poco menos que autores de las directrices de la convivencia o rectores y legisladores con voz, voto y veto en los comportamientos públicos y las dinámicas institucionales.
Tal vez no sea éste el lugar para analizar el porqué del sesgo ideológico, muy concreto, que ciertas asociaciones de víctimas del terrorismo exhiben, y de los apoyos explícitos que otorgan a determinados partidos políticos; o para ahondar en la razón por la que solicitan implacable persecución internacional para unos asesinos y no para otros tanto o más detestables. Pero sí es preocupante que representantes punteros y muy conocidos de las víctimas del terrorismo estén pasando a encabezar formaciones y candidaturas políticas, o a ser "fichados" por partidos para situarlos al frente de sus programas electorales o sus listas, a crear y dirigir nuevas formaciones o a impartir conferencias políticas, cursos, seminarios y encuentros oficiales, como si la condición de víctima del terrorismo ?que siempre es acreedora de apoyo y constante comprensión por parte de la sociedad española- fuese mérito suficiente para las tareas de gestión pública y representatividad política, o cual si el brutal y deleznable suceso que las convirtió en víctimas se hubiese transmutado con el tiempo en elemento de promoción política y argumento de escaparate electoral.
A nadie se le oculta que hay personas concretas cuya proyección pública y actividad laboral se deben, lamentablemente, a un acontecimiento que nadie deseó que hubiese sucedido y mucho menos ellas mismas. Pero otras no, y eso es muy importante, porque también es cierto que la lealtad que como ciudadano y compatriota uno puede otorgar y sentir hacia cualquier víctima del terrorismo, se quiebra dolorosamente respecto a algunas en la decepción del oportunismo, en la imposible imagen fraterna de un cartel electoral o en la algarabía triste que dicta el precio de la conmiseración.
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