Esta semana se cumplió un año de la fecha en la que el ahora Papa emérito Benedicto XVI anunciaba su renuncia, aunque ésta se hizo efectiva el 28 de febrero de 2013, cuando salió del Vaticano para dirigirse a Castel Gandolfo, donde residió hasta trasladarse al monasterio Mater Ecclesiae, en el que lleva una vida de retiro, estudio y oración junto con las religiosas Memores Domini, que le asisten desde que era Pontífice.
Benedicto XVI ha pasado a la Historia como un excepcional teólogo, pero también sus importantes acciones en el seno de la Iglesia le han situado como un Papa modélico y fundamental.
Fue transparente y firme para acabar con graves problemas que existían; además, su labor evangelizadora por el mundo e implicación en el desarrollo y difusión de los movimientos laicos han supuesto un fortalecimiento del catolicismo. También su esfuerzo por el ecumenismo con el fin de unir a los cristianos del mundo o el gran legado de encíclicas y sabios consejos testimonian su huella indeleble.
Contribuyó de manera decisiva a la Nueva Evangelización. En España siempre le guardaremos especial cariño, ya que su participación en la JMJ de Madrid supuso un acicate para los católicos de nuestro país, y en especial, para los más jóvenes.
Responsable y consciente de su acto, tomó una decisión valiente, que demostraba su humildad; atrás ha sembrado todo un largo recorrido de trabajo y de servicio a los demás, en el que siempre ha tratado de transmitirnos la alegría de ser cristiano.
La elección del papa Francisco, con el que Benedicto XVI guarda excelentes relaciones, ha sido providencial; entre acciones humildes e instructivas palabras ha pedido que la Iglesia salga a la calle, que los cristianos no se acomoden ni estén cerrados en sí mismos. Sin duda, es un Papa que sabrá a la perfección afrontar los retos del siglo XXI.
Tras un Papa necesario, ha llegado otro Papa que también lo es; y es, que Dios proveerá.