Que el actual discurso político español sea de una simpleza abrumadora, debido en gran parte a la insignificante estatura en cultura política de quienes lo encarnan (y nunca como ahora ha costado tanto encontrar excepciones), no debería servir de argumento para justificar que su mediocridad se haya contagiado a aspectos de la convivencia que afectan tanto al desarrollo como a la formación y maduración de la identidad del país.
La actividad cultural, por ejemplo, sometida tanto a una intolerable colonización por parte de organismos públicos gestionados casi totalmente por negligentes e inútiles, como al constante manoseo de un snobismo excluyente dictatorial y pedante, mercantilista y propagandístico, transita ahora como nunca antes por la vulgaridad, la vacuidad y el facilismo, alejándose tanto del auténtico sentido de la transmisión cultural como de su crecimiento y hasta de su propio significado, en manos de capos, santones o amigotes cuyo supuesto talento apunta hacia las plusvalías a través fraudes institucionalizados y variadas ventas de humo.
La educación en todos sus niveles, manipulada por una clase política ineducada, ha sido situada por el contenido de sus programas, por la capacidad de sus gestores, por la escasa preparación de los docentes y por la dudosa probidad de sus administradores, en la insignificante altura que muestra cualquier investigación, encuesta o estudio sobre su valor y sus niveles de su calidad, salvo en los muy abundantes autorrealizados a mayor gloria de los propios ombligos.
La información, que debería vivir sus momentos de esplendor con la extensión y popularización de los medios cibernéticos, se ha convertido en una mala instancia de mercachifles de las audiencias, transmutando la reflexión política en marujeo vocinglero, e igualando en una algarabía de vividores y cuentistas lo que ya es imposible distinguir ideológicamente y mucho menos hacer pasar por crítica, análisis o, incluso, toma legítima de partido.
Mas contaminado todo con titulares estúpidos, ministros visionarios, inocultables intereses electorales, palmadas de espalda, peloteos, cargos y carguitos, burdas maniobras de distracción para imponer temas y ocultar otros, batallitas infantiloides entre póstumos y tiralevitas, pulsos de poder, artes, partes y repartos, egocentrismos variados o personalizaciones interesadas de lo colectivo, la mediocridad actual de la política, la vacuidad de la cultura, el desastre de la educación o el basureo de la información coinciden en un curioso objetivo: pasar de puntillas por lo fundamental.
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