Desalojos por botines

El calor es húmedo y agobiante. Una amiga ha prestado a Rubén una cabaña de su propiedad en Playa Blanca. El Caribe en todo su esplendor. Cocoteros, caracolí, matarratón, ceiba tolú, naranjuelo, olla de mono, samán y zarza. Habitados por iguanas, babillas, culebras, hicoteas, salamandras y camaleones. Arenas blancas y agua tibia. Pelícanos, goleros, gaviotas, gavilanes garrapateros y garzas volando; caimanes, delfines, tiburones ojichicos, mojarras, róbalos, jureles, sierras cojinúas, juanchos y pargos chinos nadando. Corales. Cangrejos moros, manzanillas y rojos, tortugas de cuello torcido, allá, a lo lejos, entre los manglares inmensos que se extienden hasta el golfo de Darién. Y todo eso?Y todo ese inmenso, deslumbrante espectáculo habitado por "palenqueros", raizales y mulatos. Negros cimarrones huidos de Cartagena de Indias y aquí refugiados. Ciento veintisiete kilómetros de costa liberada, punto ciego, que se utiliza de "escampadero" para las bandas de los llamados "desmovilizados". Las bandas de Don Mario, de los Paisas, los Rolos, los Rastrojos prestan sus servicios a los insaciables propietarios de la tierra y a los narcotraficantes. "Llegaron a mi rancho tres muchachos. Ellos antes andaban con el señor Mancuso. Estaban de civil y sin armas, pero con un tronco me voltearon las cosas que tenía encima de la mesa y me dieron 20 días para salir de la finca. Tan sólo con la ropa. Nada más". La señora se refiere a los paramilitares. Otro vecino comenta: "Ellos ofrecen buena plata. Sólo exigen estado físico, que uno sepa disparar y algunos piden que maneje monte". El setenta y siete por ciento de la población del departamento de Córdoba ingresa dos dólares al día y la mortalidad infantil es de un treinta y siete por ciento. "A mi país lo están acabando, a mi país lo están desangrando, son unas ratas" canta el rey de los corridos prohibidos Uriel Henao ¡Tristes trópicos¡ Melry es la artista del contorno encaramada a una motocicleta. Va y viene con sus óleos que vende a los turistas en Playa Blanca. Pinta lo que ve: manglares, playas enceguecidas, calles aplastadas por el sol del mediodía, instrumentos musicales amontonados, obscenas azucenas y pájaros. Dos épocas en su quehacer artístico. La primera: colores planos, dibujo ingenuo, naturalidad, mucho talento. La segunda, la que pide el turista: transparencias, claro oscuros, perspectivas y mucha academia ramplona. Sus postreros admiradores opinan de su obra: "Mire doctor igualito que una fotografía". Ella le dice a Rubén: "Me gustaría tanto estudiar, me gustaría tanto aprender?" En uno de esos viajes Melry le lleva a conocer a otro artista local. En este caso, se trata de un escultor que trabaja la madera. En las afueras de San Antero, en un rancho misérrimo, tiene el taller. Poco a poco va quitando unos plásticos que protegen una inmensa talla que representa un águila pescadora. Dos metros de altura y tres a lo ancho, una sola pieza obtenida de un solo árbol. Algo extraordinario. ¡Qué sensación de poder se desprende de la talla¡ Un águila con sus alas extendidas apresando un pez con sus garras. Pieza digna de un botín santanderino para ser exhibida en el hall de su banco matriz. "Ese, miren somos nosotros los nuevos corsarios". Vendida ya a un ministro colombiano por tres o cuatro mil dólares. Qué desperdicio, qué pena da todo esto piensa Rubén.