Biología o ideología

Arrecian últimamente andanadas de eslóganes. Se repiten las consabidas frases "derecho a decidir", "mi bombo es mío". Transitamos la enésima batalla por la vida.

Pese a la espesa contaminación cultural que arrojan los últimos decenios, pese a que los seres humanos en estado embrionario nunca han sido tan negados, la esperada revisión de la inicua ley de salud sexual de 2010 quizá nos permita volver a mirarnos sin sonrojo. Hace unos años que rebasamos en nuestro país el millón de abortos, más de 120.000 anuales en los últimos años. Sin contar las decenas de miles de embriones humanos que las clínicas de fertilización conservan a -196ºC en espera de ser desechados o utilizados como material de laboratorio. Hay que reconocer que un buen día nos llevaremos las manos a la cabeza. No será menos el escándalo del aborto que los gulags más allá del muro de Berlín o el apartheid de Sudáfrica.

Con todo, hay que reconocer que en paralelo a la vida humana tan clamorosamente escarnecida, no faltan voces "inactuales" que siguen denunciando la más cruel injusticia. La ideología de género, tan acostumbrada a embaucar al personal y a salirse con la suya, ha llevado su ignominia hasta las mismas leyes y se ha crecido en los últimos años. Sus epígonos parecen convencidos que a base de repetir los mismos lemas con machacona insistencia seguirán cosechando éxitos, pasando por encima del sentido común y de la evidencia científica. No se dan cuenta que su rancio feminismo "hago con mi cuerpo lo que quiero" no dista mucho del machista "la maté porque era mía".

Pero la verdad es hija del tiempo. Emponzoñar las fuentes de la vida está afectando al amor y la familia, otro tipo de sida que todo lo pervierte y que hoy hiere profundamente a más del 1% de nuestras adolescentes y jóvenes. Nos enfrentamos a una epidemia insidiosa y diabólica, nacida en los más oscuros recovecos de la revolución sexual. Los ciudadanos cansados de verse reducidos al anonimato, de verse hipnotizados con juegos banales, van saltando al ruedo hastiados de tanta iniquidad.

Con determinación un puñado de nuestros coetáneos, hombres y mujeres libres, han sabido mantener la posición. Cientos de miles de vidas por ganar son una buena motivación. Los bárbaros han ganando demasiadas batallas por su sobrada fuerza bruta que diría don Miguel de Unamuno pero también por el silencio de los mejores. Pero siguen sin convencer: les falta razón y derecho. La muerte, que nunca tiene la última palabra, dará paso a nuevas generaciones inspiradas en el amor que abandonarán para siempre el horror de sus progenitores.