Garrido Sur

Cuando llegué a Salamanca desde provincias como estudiante aún imberbe, la transición estaba dando sus primeros pasos y todos, quien más quien menos, confiábamos en un futuro más que incierto.

Por aquellos tiempos, seguramente porque yo era un chaval recién llegado y Salamanca se me quedaba grande, la calle de Federico Anaya "terminaba" en el cuartel de caballería y el barrio de Garrido quedaba tan lejano que casi era arrabal de Valladolid.

Aquel cuartel, que siempre fue "el cuartel de caballería" pues no recuerdo de nadie que hiciera uso de su nombre siquiera para recuerdo de Julián Sánchez, daba vida al barrio. Los soldados de cada reemplazo frecuentaban las tiendas y los numerosos bares que se establecieron por los alrededores, tanto para consumo de los productos allí expendidos como para usarlos a modo de vestuarios de alquiler tras el contrato temporal que se hacían de unos armarios metálicos o de madera que, ubicados en las traseras de dichos negocios, permitían a los reclutas cambiar el uniforme de granito por una vestimenta de paisano con la que pasear por la ciudad sin llamar la atención. Bocadillos de calamares, tortilla o chacinas serranas, eran el complemento ideal para aquellos inquilinos de taquillas y el fundamento de aquellos negocios, aunque seguro eran más rentables los armarios de chapa.

En los principios del siglo, cuando el cuartel era ya parte del recuerdo, casi todos aquellos negocios de hostelería familiar desaparecieron al perder el grueso de su clientela. La zona caía en depresión y el barrio se alejaba de la ciudad. Fueron años de abandono en los vetustos edificios cuarteleros y de una decadencia de aquel Garrido Sur que ponía sus esperanzas en que aquellos barracones serían derribados para dar paso a un futuro que se le venía prometiendo a Salamanca desde mediados de los ochenta. La suerte se había fijado en el barrio. Se construiría un Corte Inglés y eso sería un magnífico motor para reactivar aquellas calles de locales cerrados desde el traslado de la soldadesca.

Con el solo anuncio de aquello, las viviendas incrementaron su valor, anunciándose no ya como del barrio sino de la "zona del Corte Inglés", intentando dárseles caché con aquella coletilla. Nuevos negocios comenzaron a implantarse en los reformados locales y el barrio se "marchaba" de las afueras para formar parte de un centro urbano cada vez más amplio.

Las administraciones hicieron todo lo posible para facilitar el asentamiento de los grandes almacenes, incluso modificando normas o adaptándolas a la conveniencia, con la oposición de unos pocos. Solo de unos pocos. Pero, en su derecho, estos decidieron denunciar esas actuaciones, incluso a sabiendas de que no contaban con el apoyo del resto.

Se inauguró el Corte Inglés, esperado por unos y rechazado por otros, y la zona, al menos en apariencia, se revitalizó recordando aquellos días de uniformes y armarios de chapa. La gente volvió a pisar aquellas calles y nuevos negocios comenzaban a salpicar aquí y allá las fachadas de un Garrido Sur que se hacía más cercano. Una nueva plaza nacía en la urbanización de aquel entorno, Federico Anaya pasaba a ser prolongación de María Auxiliadora y los vecinos comenzaban a disfrutar de un moderno centro cívico multiusos. La cosa parecía funcionar, pero la demanda de aquellos opositores seguía su curso y llegaba a su fin con una sentencia del Tribunal Superior de la región en la que se condenaban las acciones de las administraciones, dando así la razón a aquellos pocos que se opusieron en su día.

Ahora, el Tribunal Supremo ratifica aquella sentencia, desestima el recurso de los grandes almacenes? y condena.

¿Y ahora? ¿Cuál es el siguiente paso? Es casi imposible volver al estado inicial de las cosas, por lo que, salvo sanciones económicas, todo seguirá igual. ¿O no?

¿Y ahora? Que opinen los del barrio, que los demás no somos sino convidados.