Salamanca está en un rincón, de espaldas a la frontera portuguesa, ajena al mar, lejos del centro peninsular, que no debe ser Madrid, sino Zaragoza o Teruel, por el escoramiento hacia el Norte y el Este que nos caracteriza dado el mayor peso demográfico y económico del arco mediterráneo ?Barcelona y Valencia- y del emporio empresarial y financiero bilbaíno. Pero como la globalización tiene algunas ventajas, aquí también nos hemos enterado de que el papa Francisco ha nombrado cardenal de la Santa Madre Iglesia a don Fernando Sebastián Aguilar.
Los "medios" dicen que es arzobispo emérito de Pamplona, pero yo lo conozco más como uno de los profesores que nos libraron, al final de los años sesenta del pasado siglo, de la pesada carga de una Facultad de Teología que no acababa de aceptar el Concilio Vaticano II, recién terminado. Las clases de don Fernando nos ayudaban a vivir la fe cristiana de modo nuevo, plenamente relacionada con la vida y con la historia ?final del franquismo- que nos tocaba vivir y de la que aspirábamos, quizá con excesiva pretensión juvenil, a ser protagonistas. Y no eran clases populistas, no buscaban agradar nuestros oídos, sino que nos tomáramos en serio la tarea de pensar la fe para poder vivir apasionadamente el amor a la Iglesia, a la Humanidad y al mundo todo con la cabeza clara y organizada. Por sus cualidades personales de gestión y de liderazgo tuvo el sufrido honor de ser nuestro rector. Vamos que le vimos y le vivimos entregado a nuestro servicio y al de la Iglesia. Años después me recordaría reiteradamente lo mucho que le hicimos sufrir, "la guerra que me diste", mientras yo le insistía en la misma respuesta: "sí, pero gracias a nosotros, los alumnos 'revolucionarios', están ustedes donde están". Sí, porque en equipo con él hacían girar la maquinaria oxidada de la Ponti figuras emblemáticas como don Olegario González de Cardedal, María Teresa Aubach, Enrique Freijo, José María Setién -¡eran otros tiempos!-, Marciano Vidal, José Ignacio Tellechea o Antonio Mª Rouco Varela. Y no conviene olvidar a los entonces alumnos Carlos Osoro, actual arzobispo de Valencia, Adolfo González Montes, obispo de Almería, el gallego Antón Lama Pereira y el peruano Juan Manuel Cano de la Fuente. Si el título de cardenal se le otorga a quien ha servido a la Iglesia y para seguir sirviéndola, Fernando Sebastián se lo merece por haber sido capaz de aglutinarnos a todos, 'profesores e alumnos' ?Alfonso X dixit- en torno a un proyecto necesario de reforma de la Pontificia.
El honor de mis amigos es mi honor. Y eso me pasa también con Josep Manuel Basáñez Villaluenga, catalán hasta la médula, de apellido burgalés, vicepresidente de las Cámaras de Comercio de Barcelona, cónsul honorario de Singapur, condecorado por el Ministro Margallo con la Orden del Mérito Civil. Josep Manuel Basáñez me ha ayudado, durante los últimos treinta años, a sacudirme el provincianismo, tener mirada larga, pensamiento global, a la par que pegado a los hechos; junto a él he experimentado que pensar a largo plazo es rentable y necesario y que nunca hay que renunciar a un diálogo ilustrado e informado, no un mero confrontar de palabras más o menos huecas. Y, como sacerdote, el continuo estímulo de ver que es posible vivir la fe cristiana en el barro de este mundo ?el suyo son las finanzas, la política económica de altos vuelos, la globalización 'avant la lettre'. Con maestros y amigos como ellos merece la pena vivir.