Estamos en una columna de opinión y, claro, desde el principio no hacemos (los compañeros y yo) más que retratarnos con nuestras diferentes opiniones y sobre los más variados temas. Y alguno levanta discrepancias bastante airadas con sus comentarios. No sé si eso es bueno o malo (debe ser bueno según sondeos de opinión, pues parece que esas columnas controvertidas son leídas por más gentes y por tanto más exitosas). Reconozco no haber escrito alguna que produzca el mínimo revuelo y no es que quiera ocasionar semejante fenómeno por producirlo simplemente. También hay quien afirma que los comentarios vertidos al margen inferior de cada columna son originados por compañeros afines (vamos, la claque de toda la vida) o discrepantes con el opinante. Yo no lo sé (pero puedo imaginarlo).
Todo esto a cuenta de quienes me inducen a la admiración y simpatía, al enojo directamente, o la absoluta indiferencia y hasta el sonrojo en algunos casos (y no digo el porqué). Es lógico que a todos los lectores nos motive de alguno u otro modo y, aunque no respondamos, pues nos identifiquemos o no con lo leído. Y ya llevamos todos un recorrido relativo escribiendo como para despertar filias y fobias (o ni fu ni fa, que también).
Me alegro de haber descubierto algunos compañeros que para nada conocía. Otros, más que conocidos ya. Y como somos legión, pues hay de todo. Y vaya mi reconocimiento desde aquí hacia Raúl, a Colinas, Sofía, Tomás o Arina, por su precisión en la utilización del lenguaje, brillantez y condensación de la idea y altura poética. No me sorprende Andrés (pues aparte de conocerlo bastante y admirarlo como artista) sé lo bien que habla y escribe, y cómo vive con pasión cualquier tema. Sin embargo Francisco Javier me causa sorpresa por la contundencia y valentía de alguna de sus opiniones (casi suicidas). La profundidad espiritual y el espléndido uso de la palabra en Fructuoso (al que todos ya conocíamos de algo). La habilidad literaria y buen uso también que hacen de la escritura Ángel y Aníbal, y algo de su beligerante impulso. Victorino (mi admiración nunca disimulada como fotógrafo excelente que es y será), tan juvenil siempre, y el descubrimiento de sus escritos ácidos entre el bolchevismo y el mayo sesentayochista (aunque su pensamiento también lo conocía ya). También el compromiso testimonial tan ejemplar y concienciador sobre el prójimo oprimido de Emiliano. La jovial y fresca ternura de Marta y Arina y su sinceridad a raudales que tanto les agradezco. Algunos que opinan in cátedra y ex cátedra (literal y tan profesionalmente). El inevitable (no los imaginaría de otro modo) compromiso político de Fernando, Enrique, Mª Jesús, José Mª. Y eso también lo sabíamos de antemano, por supuesto. Bastante profesionalidad y asepsia también en Enrique, Aniano, Nunchi, a los que se les nota el oficio, y mucho, y eso es un plus aquí. Muchas opiniones desde la iglesia y de la Iglesia (de signo distinto, y se agradece, no todas por igual, claro). Y desde la música. Y la poesía. Y de la ciudad y desde la ciudad al modo de crónica de Jotamar e Inma. Y la gastronomía (y estoy bastante fuera de ese campo para apreciarlo debidamente). Y la medicina general (y la política médica, que María analiza con entusiasmo).
Reconozco leer a todos y cada uno de los opinantes cada día (y hay quien me dice que si no tengo otra cosa mejor que hacer), pero admito que no se me quedan en la cabeza ni en el gusto por un igual. Y el caso es que siempre aprendo algo de todos y cada uno (aunque sólo sea para plantearme no seguirlo o imitarlo después). Y echo en falta algo más de humor.