Tuve la oportunidad una vez visitar al P. José Luis Espinel en el convento de los Dominicos de Salamanca. El motivo era escuchar su experta opinión sobre las crisis que llevaron a Unamuno en distintos momentos de su vida a refugiarse en el convento. El P. Espinel, estudioso impecable de la filosofía de Heiddeger, como de la obra unamuniana, había conocido al P. Sabino Alonso, quien llegó a Salamanca en 1910 y murió a los noventa años. Este dominico, que había hablado sucesivas veces con el autor de "La agonía del cristianismo", supo, por tanto, de las supuestas y famosas disputas entre él y el Padre Arintero, reconociendo a Espinel que "Don Miguel de Unamuno era más serio que todo eso". No puedo olvidar la huella que entonces el padre Espinel me grabó sobre el sentido que tiene en la vida recobrar lo que está perdido pues de ese extraño viaje entre la angustia y el miedo surge un día una muestra de amparo. El amparo del recordado teólogo me invitó a la lectura del poemario unamuniano inspirado en la pintura de Velázquez.
Llevó a Unamuno exactamente siete años trabajar en 'El Cristo de Velázquez' que Pedro Salinas definió como el más grande poema religioso español desde el siglo xvi. En una carta dirigida a 'Clarín' le confiesa lo siguiente: "Al morir, quisiera, ya que tengo alguna ambición, que dijesen de mí. '¡Fue todo un poeta!". La naturaleza de las cosas quiso que así lo fuera y ello concita la profundidad de toda su obra. Y su íntima pelea, también, pues en el fondo, se debate la permanente angustia que le llevó a explorar la historia y el hombre, entre don Quijote y Sancho, el sí y el no, y la eterna dualidad de la duda: "No me verá dentro de poco el mundo,/ más sí vosotros me veréis, pues vivo/ y viviréis". Así, el comienzo del poema tiene que ver con la misma cita del Evangelio de San Juan. Unamuno está ante el Evangelio porque acaso su obra sea "Una cosa? bíblica". Señala García de la Concha que "En el caso de 'El Cristo de Velázquez' esto se vigoriza aún más por tratarse de un Poema sobre y ante un cuadro, planteado, para colmo, como un 'auto sacramental' plástico". El espíritu aborda por tanto una obra sobre el alma de otra, si se quiere la misma, pero tan distante en el tiempo como cercana, tan lejos e imposible de aceptar como heredera de la pasión humana que un día nos es revelada, sin querer, sin haber pensado en ella mientras nos prende como una alfiler indolora.
Y, ¿cómo ahora viene a cuento? Así trasladamos un bártulo: sobre Unamuno, nadie tiene 'lus primae noctis', (en latín vulgar y medieval), derecho de pernada.