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La deshonra
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La deshonra

Actualizado 08/11/2013
Ángel González Quesada

Tal vez dormidos por la sobredosis de baladas otoñales con que las columnas periodísticas nos arrullan en estas jornadas de un equinoccio ya ni insoportable, y puede que anestesiados por el vocerío de las tertulias, boquiabiertos por el macramé de las encuestas y estupefactos por las estampidas de los diputados, la imagen se haya diluido entre palacetes a medio embargar, caderas artificiales y primarias de algodón dulce. Pero no por eso la imagen duele menos ni se despoja de su carga de afrenta para tantos e indignación para más. Es la imagen de Juan Carlos de Borbón recibiendo en su mesa camilla a dos representantes de algunas víctimas del terrorismo etarra, ahora al parecer convertidas en todas las víctimas de todo el terrorismo y abanderados, dicen, de todo el dolor de este país, certificando con esa audiencia, por comparación con las que nunca antes concedió, una brutal diferenciación entre el dolor y los derechos de unas y otras víctimas.

Para que pueda tener valor moral el afecto que despierta el sufrimiento de los deudos de los asesinados por el terrorismo etarra, no debería oponérsele, ni por omisión ni por humillación, y mucho menos por interés político ni manoseo partidista, el ninguneo a que se somete a otras víctimas que todavía, después de más de setenta años, siguen buscando en las cunetas un anillo o un zapato que les abra resquicio al sosiego, algún soplo de reparación o un remedo de justicia; un desprecio que durante lustros no ha obtenido alivio ni sobre las moquetas ni en las salas de columnas, pues los representantes de las asociaciones de víctimas del franquismo, miles y miles, muertos y vivos, lejos y cerca, no han sido jamás invitados siquiera al abrazo fraterno de sus próceres ni han escuchado en sus palacios una sola palabra de aliento.

Un país que permite que sus máximos dirigentes, formaciones políticas e instituciones utilicen el dolor y sus absurdas gradaciones para, por eliminación, diferenciar y excluir; que tolera la abstrusa matización del sufrimiento para, por interés, alzarse en pedestales de supuesta razón y que consiente que se desprecien unas víctimas frente a otras porque éstas les procuran ante ciertas raquíticas mentalidades rédito de mártir y disfraz de justiciero, es un país enfermo cuya enquistada deshonra le impedirá perdonarse.

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