El ilustre ladronzuelo

Pero si los que vuelven de manera definitiva, como por fortuna es el caso personal que nos atañe, nos traen además una nieta de veintidós meses, quedaremos vinculados para siempre a su país de procedencia. Por tanto, Brasil, como cuna de nuestra primera nieta y donde estuvimos allí unos meses en los años 2016 y 2017, gozará siempre de nuestro cariño, aparte de un especial interés por el transcurrir de la vida de aquellos lares.

En primer lugar, digamos que Brasil, por ser casi un continente y tener uno de los mayores presupuestos económicos del mundo, se ha convertido en un centro de referencia política de primera magnitud. Pero nosotros vamos a referirnos a temas más domésticos, no nos prestamos a discernir sobre los recientes cambios que todos conocemos, no nos corresponde, pues nuestra opinión política, basada en lo ideológico, quizá esté en las Antípodas y lleve unido un sesgo totalmente falto de imparcialidad.

Vayamos, por tanto, a asuntos más sociales, y lo primero que debemos decir es que la idiosincrasia del brasileño, siendo un país con gran multiculturalidad y etnicismo, es muy distinta a la nuestra, pues quizá la falta de malicia con el "diferente" -que no es inocencia- un español lo llamaría delito.

Como ejemplo de ello, nos situaremos al final de primavera del pasado año y referiremos un suceso que sería como un cuento de Navidad propio de estas fechas.

Un chico de Sao Paulo, quizá con algún trastorno psicológico, según la Policía, pero en todos sus cabales, según la familia y amigos, guardaba un secreto difícil de comprender en un chaval que se preparaba para estudiar Psicología.

Este joven había sido sorprendido a la salida de una biblioteca municipal con dos libros prestados por su condición de socio, pero con otros distraídos y ocultos en una mochila. Dado cuenta de este hecho a la Policía y de la creciente falta de ejemplares en el centro, los guardias se personaron en casa del muchacho y allí encontraron el arsenal -no sabemos si este sería el término adecuado-, es decir, toda una biblioteca escamoteada de casi medio millar de libros.

Preguntado para qué los quería, la respuesta fue "que él los leía y que algún día los pensaba devolver". La familia corroboraba la respuesta del joven, pero dejando claro que ellos no sabían la procedencia y lo único que les hacía feliz es ver que su hijo, al "pasarse todo el santo día enfrascado en la lectura", no participaba de los peligros de la calle.

Nosotros, si no acudimos a la malicia, podemos imaginar que lo haría sin pensar en las consecuencias para los demás lectores, y que quizá la única razón de su retención sería poderlos leer sin ajustarse a la fecha de entrega. Pero sea como fuere, la Policía desvió el asunto a la Justicia.

Y la sorpresa -por haber saltado lo sucedido a los medios-, antes de ningún veredicto, llegó de la madre del joven, que tuvo que llamar a una emisora de radio para comunicar que la gente no mandara más libros, ya que había sido tal la generosidad y solidaridad con el chico, que le habían inundado la casa de volúmenes.