El llanto eléctrico

Hay algo de magnético en el llanto. Como si un timbre nos quemara los ojos y el frío del invierno hiciera un nido en la mirada tibia, llena de perdices muertas.

Y no queda más remedio que llorar. Hay que llorar por las oscuras golondrinas, por el verano sin mar, por los cortocircuitos, por las zarzas azules, por los contenedores rotos, por los combates de boxeo, por el regreso a casa, por la rutina del lunes, por la prisa del viento, por la fruta podrida, por las alfombras persas, por el regreso de las lluvias, porque la luna está muy lejos, porque no pudo ser, por el color de las guerras, por la muerte en fascículos, porque cerraron los bares, por la vacuna del tétanos, por las pestañas perdidas, por el cansancio del mar, porque murió la tortuga,

Hay que llorar un llanto eléctrico esta noche. Por los cayucos vacíos, por el final de los trenes, por la feliz coincidencia, por el motor de los besos, por el examen pendiente, por el final del amor. Por el calor del infierno.

Llorar hasta los límites del suelo, llorar la Vía Láctea y los andamios, llorar la comunión, la fantasía, llorar por todos los rinocerontes, por todos los tanques, por todos los ríos, por todas las niñas, por todas las peluquerías, por los sueños oscuros, porque cumplías años, por los cambios de humor de las tormentas, por los payasos del circo, por el terror de las focas, por el suicidio de un muerto.

Llorar por el aullido del violín, por las ballenas perdidas, por los incendios naranjas. Y la risa y el mosquito y los estornudos y el agua del mar y el tráfico y la noche y el ruido de los pájaros y los borrachos y las madres y las mujeres y los triciclos y la risa y los ratones rojos y las letras. Llorar por las montañas de Despeñaperros. Por los fantasmas y las jaulas. Por las camisas de pana. Por los martes. Por los petroleros.

Hay que llorar por ella, por nosotros, por el precio del aire. Por mí. Por todos mis compañeros.