Martes, 23 de diciembre de 2025
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Desigualdades sociales con respecto a los derechos de la salud
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Desigualdades sociales con respecto a los derechos de la salud

El avance en salud pública ha logrado reducir la mortalidad infantil y contener enfermedades infecciosas, pero no ha eliminado las brechas socioeconómicas en el acceso y la calidad de la atención médica.

Andrea Martín Paiz

Defensora de los derechos humanos

La pandemia de COVID-19 ha sido un claro reflejo de cómo los recortes en los sistemas sanitarios, impulsados por la expansión del neoliberalismo, han debilitado la capacidad de respuesta ante crisis sanitarias globales. En este contexto, el informe Black y otras investigaciones sociológicas subrayan que las soluciones a los problemas de salud van más allá de la asistencia médica: mejorar las condiciones de vida, reducir la pobreza y fortalecer políticas públicas igualitarias son estrategias clave para disminuir las desigualdades en salud. Sin estos cambios estructurales, la brecha entre clases sociales y países continuará ampliándose, perpetuando un modelo en el que la salud se convierte en un privilegio más que en un derecho universal.

Existen una serie de factores sociales que afectan a la salud de manera significativa, que son causa de resultados de salud diferentes entre poblaciones o al interior de una misma población. Lo significativo de estas diferencias en los resultados de salud es que no pueden remitirse a causas meramente naturales, sino que se explican a partir de causas sociales que tienen que ver con estructuras, instituciones, políticas y opciones —en general, factores socialmente controlables— con consecuencias importantes para la salud de las poblaciones. Es decir, encontramos que en base a las desigualdades sociales que pueden darse —y se dan—, se cumplen ciertas jerarquías sociales que no permiten a todo el mundo el libre acceso a una sanidad pública y de calidad.

La salud pública a partir del siglo XIX evoluciona favoreciendo drásticamente cambios en la mortalidad infantil, aumentando la esperanza de vida, pues disminuye la mortalidad sobre todo por enfermedades infecciosas, gracias a mejoras en la vivienda, la dieta, el alcantarillado, hábitos de higiene, regulación en la manera de trabajo, entre otros. Además, comienza a haber vacunas y uso de medicinas como la penicilina más adelante, que también ayudan pero el cambio no se da meramente por ellas.

Lo que sí que ha cambiado es el panorama epidemiológico, cómo se distribuyen las enfermedades y cómo aparecen. En el pasado había muchas más enfermedades infecciosas frente a las crónicas, a diferencia de la actualidad. Así podemos decir con exactitud que la situación en la que vivas puede explicar de qué manera se desarrollan las enfermedades. Por ejemplo, el alzheimer no entiende de clases sociales, sí que es verdad que nos afecta a todos pero normalmente las clases altas tienen más mecanismos para ralentizar el proceso debido a su capacidad económica y acceso a programas de intervención.

¿Por qué la clase obrera se enfermaba más que la clase alta? ¿Por qué se producían las diferencias? En este caso, encontramos que aquellos que pertenecen a estratos más bajos de la sociedad suelen tener una mayor frecuencia de problemas de salud y mayor riesgo de mortalidad en comparación con las clases más altas. La esperanza de vida ha aumentado sustancialmente en todos los países pero sigue habiendo ciertas diferencias entre unos países y otros, como por ejemplo Estados Unidos, que tiene unos indicadores nefastos en cuanto a la salud aún sabiendo que es una de las potencias mundiales. Por otro lado, en las regiones más pobres muchas de las enfermedades son evitables si el foco se pusiera en mejorar las condiciones de vida y la pobreza del propio territorio.

La disminución de la mortalidad en el siglo XX no ha reducido las diferencias socioeconómicas en salud. El informe Black muestra que la solución de la mayor parte de los problemas de salud está fuera de la asistencia sanitaria. Se habla también de la limitación de las estrategias de prevención de la enfermedad y promoción de la salud.

Lo que encontramos en este caso es que hay un énfasis en los factores de riesgo individuales cuando estamos en una situación estructural que favorece menor salud a quienes menor recursos tienen. Si mantenemos la perspectiva dentro de Europa observamos que estamos ante un auge del neoliberalismo que implica, por definición, la reformulación del Estado de Bienestar, eliminando la igualdad como horizonte político y redefiniendo radicalmente las políticas públicas en detrimento de la igualdad de género, la educación o la sanidad pública. Es así como los sistemas sanitarios mundiales están sufriendo un gran impacto —negativo— a causa de la pandemia mundial conocida como COVID-19. Si echamos la vista atrás, vemos que a lo largo del siglo XX los países europeos pusieron en marcha diferentes medidas de protección social para luchar contra la enfermedad y las consecuencias económicas catastróficas aparejadas que esto traía consigo. Sin embargo, desde la profunda crisis surgida en 2008 y hasta la actualidad, numerosos países europeos han ido apostando sistemáticamente por un recorte constante en la protección sanitaria de sus ciudadanos. Con estas dinámicas sociales se provoca la dependencia de la sanidad pública de la financiación y dirección del sector privado. Esto conlleva consecuencias como la mercantilización de la investigación, el aumento de la influencia de las empresas farmacéuticas en la definición de prioridades médicas y posibles sesgos en la generación de conocimiento.

En conclusión, el avance en salud pública ha logrado reducir la mortalidad infantil y contener enfermedades infecciosas, pero no ha eliminado las brechas socioeconómicas en el acceso y la calidad de la atención médica. La pandemia de COVID-19 ha sido un claro reflejo de cómo los recortes en los sistemas sanitarios, impulsados por la expansión del neoliberalismo, han debilitado la capacidad de respuesta ante crisis sanitarias globales. En este contexto, el informe Black y otras investigaciones sociológicas subrayan que las soluciones a los problemas de salud van más allá de la asistencia médica: mejorar las condiciones de vida, reducir la pobreza y fortalecer políticas públicas igualitarias son estrategias clave para disminuir las desigualdades en salud. Sin estos cambios estructurales, la brecha entre clases sociales y países continuará ampliándose, perpetuando un modelo en el que la salud se convierte en un privilegio más que en un derecho universal.

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