Jueves, 18 de diciembre de 2025
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El prodigio de la amistad
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El prodigio de la amistad

Actualizado 17/12/2025 08:06

No es fácil abrirse camino en las relaciones cuando te zambulles en una nueva ciudad en la que la mitad de la población de tu edad, época adolescente, está de paso y su presencia en tu vida va a ser transitoria y fugaz. En la que ni tú mismo sabes si vas a permanecer o si, simplemente, esa parada en el camino va a suponer apenas unas pocas páginas de protagonismo en la historia de tu vida. Ante tal premisa, que unos vengan y otros vayan casi da igual. La adolescencia y la juventud tratan un poco de eso, también. De conocer gente y de desconocerla. De estrechar lazos temporales y luego desatarlos, sin más.

Sin embargo, cuando, en la edad adulta, esa ciudad que antes era tu residencia universitaria se convierte en casa, la amistad o la búsqueda de ella se convierte en un factor fundamental para la supervivencia en un nuevo hogar. No es fácil establecerse fuera de tus orígenes. Lejos de la zona de confort, del círculo de siempre y con las personas de siempre. Las relaciones que queremos, esperamos o necesitamos en la adultez requieren de otros componentes más maduros, más sólidos y que generen sentido de pertenencia. Se trata de hacer familia allá donde la nuestra queda lejos.

El ser humano es social por naturaleza. Requiere de contacto con otras personas para vivir, resistir y emerger. Necesitamos charlar, compartir o confrontar ideas. Establecer lazos, relacionarnos de forma sentimental, laboral y/o sexual. Necesitamos, básicamente, personas que nos acompañen en nuestro devenir de la vida porque, juntos, todo sabe mejor.

Este año, más que nunca, he reflexionado bastante acerca de lo fortuita o azarosa que resulta la vida en este aspecto. En lo mágico que puede llegar a ser encontrarse con una persona en un momento de tu vida y que esta se convierta en imprescindible para el resto de ella. No prestamos mucha atención a estos acontecimientos —podríamos decir que la vida funciona así—, pero si nos paramos a pensar en ello, delicadamente y detenidamente, en la cadena de acontecimientos imprevistos que se han tenido que dar para que esa persona y tú os acabéis encontrando, nadie podrá negar el componente mágico y excepcional del proceso que la amistad encierra. Me parece una maravilla.

Y me fascina, además, porque, en los veinte años que llevo viviendo en esta casa llamada Salamanca, circunstancias poco significativas y azarosas, en principio, han puesto en mi camino a las personas que hoy por hoy están a mi lado y que, hoy por hoy, pese a todo, permanecen. Personas asombrosas, de diferentes edades, círculos o ambientes. Todas ellas encontradas y atrapadas en momentos y espacios que ahora, con el paso del tiempo, se han convertido en vitales y que siguen aquí, en el presente y en el ahora.

Quiero despedir mi 2025 de opinión enalteciendo este concepto –la amistad– que normalmente usamos como algo genérico, y relativo o perteneciente a las personas que conocemos, pero que encierra especificaciones mucho más sensibles o que van más allá de la simple definición de: persona con la que establecemos un vínculo afectivo.

El prodigio de la amistad es la resistencia. Ser capaz de tolerar los cambios de ambiente, sobrellevar las caídas en picado, afrontar los confinamientos impuestos, abrazar la llegada de otros miembros. Desafiar al tiempo y al espacio. Juntos y a la par.

Eso es, en realidad.

Agradezco al destino, al azar, a la vida, al de ahí arriba, el haberme topado con esas cuantas almas preciosas —cuerpos hay muchos por ahí afuera— que han resistido y que permanecen. Que se quedan a mi lado y yo al de ellas.

Que el 2026 ponga en nuestro camino gente preciosa y que lo que hemos cultivado con cariño perdure.

Gloria Rocas

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