En la otra plaza mayor de mi vida, han puesto este año un belén atípico y se ha montado una buena; les dejo una foto para que juzguen ustedes. Ni que decir tiene que lo ha pergeñado una artista moderna y diseñadora de interiores, como no podía ser de otro modo. No escarmientan estos de por aquí, hace unos años decidieron cambiar el pino navideño por un árbol metálico y conceptual que más parecía la torre de control de un aeropuerto y aquello casi le cuesta el puesto al alcalde. Esta vez, el portal y sus habitantes son un muestrario de tejidos y retales digno del mejor mercadillo y, como nota destacada, no tienen rostro, cosa que la artista explica, en ese afán que tienen los artistas modernos por explicar las obras como los cocineros retorcidos por explicar los platos de los menús esdrújulos; explicaciones frecuentemente inútiles tanto las unas como las otras. Al niño Jesús le arrancaron la cabeza y se la llevaron unos vándalos a los pocos días y habrá quien no lo haya ni notado, tal es la extrañeza que produce la obra de marras.
Este asunto me recuerda también aquel año en el que la señora alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, decidió darle una vuelta a la venida de los Reyes Magos y convertirlos en modelos de Agatha Ruiz de la Prada o David Delfín; la estupefacción de los niños (que de todos modos se afanaban como de costumbre en recoger caramelos) se mezclaba con la rabieta de los padres ante las preguntas capciosas de sus retoños que veían a los Reyes más modernos de la cuenta. Aquí, en esta Bruselas de muchos cultos y muchos países en convivencia, miren ustedes por donde, el clero católico no es el que más ha protestado por este belén de diseño y digno de venderse en ARCO.
Pero si hay quienes no se han librado de enfadarse, llevarse las manos a la cabeza y arengar a las masas de disgustados son los políticos, de todos los lados y de todas las esquinas, izquierda, derecha, extremidades de ambas y extremo centro, nacionalismo de un lado y otro y ecologistas enfurecidos o no: qué suerte han tenido de encontrar un asunto por el que hablar en las radios y televisiones y rasgarse las vestiduras mientras la población belga sufre uno de los ajustes presupuestarios más duros de los últimos veinte años. Qué suerte tienen que no tienen que hablar de lo que le importa a la gente mientras ponen a caldo al belén Woke, palabro al que seguimos sin encontrarle una traducción decente. La Fundéu dice “sensible a las injusticias” pero resulta que eso lo somos muchos sin que se nos pueda colgar la etiqueta de “wokes”; vaya, ese debate lo dejamos para otra ocasión.
Para ser político hoy en día, hay que tener una capacidad desmedida de enfurecer a la gente y saber aprovechar su cabreo, palabra muy poco “woke” pero muy explícita. Para qué solucionar los problemas de los ciudadanos si lo que les mantiene en el poder a los unos, o les abre la puerta del gobierno a los otros es el enfado, la rabia, la inquina y el desasosiego de la población, porque la felicidad y la concordia no dan votos. Advierto al respetable público que,
hace muchos años, pero no tantos como para olvidarlo, un señor con bigotillo de nombre Adolf y otro calvo de nombre Benito practicaron mejor que nadie la política de cabrear a las masas y de hablar ellos mismo en permanente estado de cabreo y luego sucedió lo que sucedió: cuarenta millones de muertos contados, de los que seis millones eran de determinada religión a quienes se deportaba a un campo de concentración incluso si eran manifiestamente ateos. Léanse la biografía de Simone Weil y así entenderán de lo que hablo.
Rasgarse las vestiduras en la plaza pública por un belén raro y esencialmente feo, es un paso más en la política del “cabrea y vencerás” de la que en España no tenemos el monopolio, y de la que estos amables nórdicos de saludo halagador y trato exquisito, gustan igualmente. En 1914, incluso en plena guerra, alemanes e ingleses fueron capaces de salir de las trincheras el día de Navidad, intercambiar cigarrillos y chocolate, enterrar a sus muertos respectivos y cantar “Noche de paz” cada uno en su lengua; luego volvieron a sus zanjas respectivas y siguieron a cañonazos; aquí el belén no solo no facilita la tregua sino que ya es motivo para llamar a todos a las trincheras ideológicas, cuando su principal problema es que es de una fealdad manifiesta, y eso no es política; solo nos queda esperar al señor con bigotillo o al calvo con labia que de con la tecla de este cabreo irracional y permanente para que acabemos todos a cañonazos…De nuevo.
Concha Torres
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