Sábado, 06 de diciembre de 2025
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Algo parecido a lo diferente
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Algo parecido a lo diferente

Actualizado 06/12/2025 09:08

Afirmar a estas alturas que los festejos navideños son únicamente la excusa para provocar el consumo irracional por el nada inteligente medio de dotar a la cotidianidad de una magia inexistente y expandir una falsa y estereotipada alegría de sentimientos fraternales o familiares, que quizá en otras ocasiones pudieran pasar el siempre delicado filtro de la nobleza, es una obviedad tan repetida que sólo la imparable deriva de esos festejos hacia lo mamarracho y su reflejo callejero hacia la infantilización, podría servir de argumento para una crítica a todas las administraciones públicas empeñadas en estas fechas en tratar (nos) a los ciudadanos como si todos no hubiera (mos) cumplido los siete años de edad.

La infantilización de “lo” navideño es solo una rama del grueso árbol de la trivialidad y la baratura en los modos de comunicación, festejo y celebración durante todo el año, principalmente en los de tipo de reclamo publicitario y mercantil, aunque no le vayan a la zaga los de la comunicación institucional y política, empeñadas todas en devaluar, rebajar y disminuir su nivel, principalmente lingüístico y de contenido, en despreocuparse totalmente de la probidad narrativa de lo que dicen, obviar el valor conceptual y hasta cualquier rasgo de buena educación en sus ya casi eructos noticiosos, se refleja en los medios de comunicación en forma de deprimente imitación de conceptos infantilizados en su más abstrusa forma en periódicos, radios, televisiones y otros, mediante lenguajes vulgares, despreocupación flagrante por la aptitud y el correcto ejercicio de la profesionalidad, imitados y repetidos en un territorio ya generalizado de devaluación social y cultural que dice muy poco no tanto de la probidad de quienes nos gobiernan en cualquier nivel, que también, cuanto de su capacidad para hacerlo con un mínimo de aptitud, así como de la concepción de homogéneo rebaño con que nuestros próceres, al igual que nuestros inasequibles comerciantes y plumillas, permanentemente nos obsequian.

Podría negarse y contradecirse todo lo anterior apoyándose en el valor que a la tradición quieren otorgar quienes son incapaces de separarla racionalmente de los delantales de nadería que quieren vestirla de colorín, o si penetrásemos en las oscuras cuevas de la intencionalidad, argumentando que la inmensa baratura y la infantilización de los lenguajes y contenidos políticos, de consumo y periodísticos, responden a ocultos planes de manipulación de la realidad, con la intención de que el suministro constante de inputs idiotas producirá un abanico controlable de estados de opinión pública obcecados en la persistencia de la boca abierta, adictos a la repetición y devotos insaciables de la golosina de lo fácil por intrascendente.

Esa táctica técnica psicológica, contrastada en múltiples ocasiones con diversas y no siempre aconsejables intenciones, podría ser, incluso introduciendo en ella la variable “como siempre”, un atisbo de consuelo que, al menos, pudiera informarnos de que sus autores, los vendedores, los políticos, los periodistas, poseen el imprescindible nivel de inteligencia y capacidad razonadora para diseñar o, al menos, aplicar esas baraturas con las intenciones citadas o, incluso, otras más oscuras y peligrosas que oportunamente sabríamos (o no) descubrir y desactivar.

Pero lo cierto es que, salvando escasísimas excepciones, y con un esforzado respeto hacia las creencias de quienes todavía creen, la observación y el análisis de los comportamientos, no solo en Navidad, claro, aunque agravado en ella, de la trivialización y la baratura de los mensajes, va más allá, o más acá, depende desde dónde se mire, de cualquier intencionalidad que tenga que ver con la inteligencia de los gestores o su preocupación por la función de que están encargados, también de respetar las tradiciones, y mucho menos con oscuros planes de conquista y poder, conectándose más bien esa falta de creatividad e ingenio con la cómoda desidia de la repetición, la atávica incapacidad para el cambio y la negación flagrante que tiene la burocracia enmoquetada, diríase que cuasi genética, por algo que tenga relación alguna con el adjetivo diferente o con el verbo innovar.

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