Hace ya mucho tiempo que funciona la idea, casi indiscutible, que “En las tandas de penaltis gana el equipo que lanza primero”. De hecho, muchos estudios han señalado históricamente una ventaja del primero, aunque también hay matices por formatos, épocas y contexto psicológico (y en los últimos años algunos trabajos sugieren que esa ventaja se ha reducido con mejores porteros y preparación psicológica).
Son frases hechas que casi nadie se atreve a contradecir. Ese argumento existe, y no solo en el plano estadístico; hay un fundamento sociopsicológico que se ha tratado en literatura de psicología social y sociología del deporte.
En términos futbolísticos se llega a pensar que el que lanza primero ocupa simbólicamente el rol de protagonista; el otro, el del perseguidor. Como puede ocurrir en política, economía o narrativa, quién habla primero define la gramática emocional del acontecimiento. Porque no se siente igual fallar cuando vas por delante que cuando vas por detrás. Se juega, entonces, con la sensación de tener “colchón”. El que va segundo carga con un “riesgo acumulativo” por cuanto cada fallo pesa doble.
Se ha comparado con experimentos de Tversky y Kahneman como puede ser el miedo a perder que resulta más fuerte que el deseo de ganar. Cuando vas segundo, frecuentemente percibes más “pérdida potencial”. Incluso está descrito en psicología deportiva cuando la actuación depende siempre de la acción previa. O sea, tu emoción siempre llega con retraso y nunca “mandas”.
En algunos textos se ha argumentado que empezar otorga una legitimidad ritual, casi de “derecho de primera palabra” en un duelo. Es una “lógica paleoarcaica” (Entendida como la base de la “lógica” de los seres vivos en su forma más primitiva) y habla primero quien se percibe fuerte; responde después quien “acepta el juego”. El penalti como duelo medieval domesticado.
Sin embargo, la preparación psicológica moderna con un mejor estudio del rival, uso de datos estadísticos, porteros más formados, etc., están reduciendo esa ventaja estructural. Al parecer, el fútbol moderno democratiza la tanda, atenúa el sesgo y desritualiza la jerarquía preexistente.
Un sin fin de estudios sesudos están publicados. Algunos sugerían que el equipo que lanzaba primero ganaba en aproximadamente un 60% de los casos. Introducen el concepto de “lagging-behind effect” (“efecto de quedarse atrás”): cuando un equipo lanza segundo, ya observa el acierto del rival, lo cual genera mayor presión, ansiedad y posibilidad de fallo.
Este dogma, como tantos otros en el fútbol, admite una impugnación sencilla: ni los datos lo confirman de forma estable, ni la psicología moderna lo sostiene como verdad universal. La evidencia reciente muestra un paisaje más complejo: la supuesta ventaja aparece unas veces, desaparece otras y, en contextos contemporáneos, tiende a diluirse. No es una ley del juego, sino una creencia heredada que confundió correlación parcial con destino inevitable.
El dogma ni siquiera se corresponde con la praxis de muchos entrenadores. Si de verdad fuese tan determinante lanzar primero, resultaría difícil explicar por qué la tendencia histórica ha sido reservar al mejor especialista para el quinto penalti. Esa decisión, casi litúrgica, responde más a la dramaturgia del héroe final que a la optimización. Si el “primero” fuese una verdad absoluta, nadie guardaría al poeta para el último verso.
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