Francamente -¡Uy, me ha salido la palabra sin queriendo!- yo creí que este año iban a darnos más turra con lo de Franco, pero debe haber otros asuntos más peliagudos y difíciles y ciertamente más actuales.
Es difícil hablar de Franco sin haberle conocido. Un poco menos difícil resulta para los que, como yo, oímos hablar del General Francisco Franco Bahamonde durante casi veintisiete años y le oímos hablar por la radio, mas nunca in person, o sea que yo no tenía nada personal a favor o en contra de Franco. Entre los que me rodeaban había opiniones para todo y para lo contrario de todo acerca del Dictador que machacó al pueblo, o del Generalísimo que salvó a la Patria. De lo que no cabe ni cabía duda es que Franco tenía mucha relevancia en nuestra vida, pensáramos lo uno o su contrario.
Pero vamos al grano, que, si no, no se entiende el título. A ver: Franco murió, en su cama de hospital, el día 20 de Noviembre de 1975. Pues, señor, yo fui ordenado presbítero (sacerdote o cura, vaya, para entendernos) el día 30 de octubre de 1975. Nuestro obispo, a la sazón D. Mauro Rubio Repullés, me destinó, junto con José Manuel Romo García, q. e. p. d., a cinco pueblos de la Sierra: Sotoserrano, Cepeda, Herguijuela de la Sierra, Madroñal y Rebollosa, que, a la sazón era una pedanía de Herguijuela. Llegamos a Sotoserrano, donde teníamos la casa parroquial, el día 19 de noviembre e, inmediatamente empezamos a hacer limpieza en la casa y a pintar algunas de las habitaciones, que lo necesitaban. Un poco cansados nos fuimos a dormir porque al día siguiente había que seguir con la pintura y otras tareíllas. El día siguiente fue 20 de Noviembre y, como teníamos la radio encendida, amenizando la tarea de pintar, nos enteramos de que Franco había muerto. En la tarde de ese mismo día 20, jueves, comenzaron a llegar los alcaldes de los pueblos preguntando que cuándo iba a ser el funeral de Franco y allí fuimos decidiendo horarios y cómo nos repartíamos los dos curas los cinco funerales.
En fin, los funerales fueron el día 21. Recuerdo la monición final que dije a mis feligreses, con los que estaba estrenándome como párroco en aquel insólito funeral: “¿Han visto este funeral? Hemos intentado que fuera un funeral digno de un Jefe de Estado. Pues así serán de ahora en adelante todos los funerales en esta parroquia, ojalá que tardemos mucho en celebrarlos: todos los funerales serán como este que hemos tenido esta tarde: serán funerales de Jefe de Estado”.
Fueron unos momentos difíciles, porque no sabíamos si nuestros feligreses eran rojos o azules, franquistas o antifranquistas. Por otra parte, nosotros queríamos ser los párrocos de todos: comunistas, socialistas (no parecía haber muchos de momento), franquistas, anarquistas, etarras, democristianos, liberales, monárquicos o republicanos. Ese fue nuestro empiece. No debimos hacerlo mal del todo, porque en cinco años no sufrimos ningún rechazo ni enemistad a cuenta de asuntos políticos. Eran buena gente y lo demostraban a cada rato.
Total, en tres días tuvimos a Franco enfermo y vivo, muerto y enterrado. Eran días, semanas y meses que tenían pinta de ser importantes para el presente y el futuro de España. El tiempo juzgará si lo han sido.
Antonio Matilla.
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